sábado, 26 de enero de 2019

Discursos: “La llamada crisis moral” - Parte 4


Crisis del rumor

La supuesta “crisis moral” se apoya en el rumor y quie­nes lo defienden tienen vieja experiencia en su manejo. El procedimiento les ha dado resultado tantas veces que no reparan en que ahora se mueven ante nuevas condi­ciones.

El rumor pudo prosperar creando enfrentamientos que concluyeran en crisis, cuando estos enfrentamientos esta­ban ya contenidos en el proceso. Pero el rumor no puede hacer mella cuando ataca una obra que comprende y unifica a todos los sectores sociales de la comunidad. Este es nuestro caso y lo digo sin jactancia, puesto que se trata de un hecho.

Petróleo, siderurgia, caninos, petroquímica, son térmi­nos que unifican en su torno. Dan trabajo al obrero, perspectiva de crecimiento al em­presario, ensanchan mercados para el agro, promueven el crecimiento económico de todas las regiones. Cuando se dan estas condiciones, la democracia se hace más auténtica y profunda.

Cuando el pueblo gobierna

No es la primera vez en nuestra historia política que se utiliza este cargo ambiguo de crisis moral. Se lo esgrime cada vez que gobiernan partidos y hombres elegidos por la mayoría auténtica del pueblo. En cambio, jamás se ha habló de la crisis moral dé los gobiernos del fraude. Como radical, no puedo olvidar la sistemática campaña de difamación contra Hipólito Yrigoyen, en sus dos gobiernos.

Este extraordinario caudillo popular, que murió en la pobreza y vivió una existencia austera, fue atacado sin pie­dad y en todos los tonos. También se habló de corrupción y negociados y, con el lema de la “crisis moral”, se instrumentó un movimiento que derrocó al gobierno constitucional en 1930.
Partidos políticos de todas las tendencias, desde la ex­trema izquierda hasta la extrema derecha, estudiantes, pro­fesores y militares, fueron arrastrados a promover la quie­bra del orden institucional, precedente nefasto del cual no se ha repuesto aún la nación. Desde entonces, y durante quince años, se sucedieron gobiernos de facto y gobiernos fraudulentos y minoritarios. 

Ninguno de ellos fue acusado de corrupción por los que derrocaron o contribuyeron a derrocar a Yrigoyen.
Yrigoyen significaba la conquista del poder político por el pueblo. Significaba el avance del país hacia una democracia efec­tiva, de contenido social y popular. Este avance no convenía a ciertos intereses que, dentro y fuera del gobierno, pretendían mantener el control po­lítico de la oligarquía bajo la apariencia de la democracia.

El pueblo apoyaba a Yrigoyen y votó por él, incluso a los pocos meses de su caída. Entonces había que reemplazar al gobierno del pueblo por un gobierno de fuerza. Y la fuerza se pondría en movimiento solamente sí se lograba desacreditar suficientemente al gobierno popular. Cuando se comprobó que el pueblo seguía fiel a sus le­gítimos representantes, no se vaciló en desacreditar al pro­pio pueblo. Se habló entonces del gobierno de la “chusma”. Es decir, se sustentó entonces la teoría de que el pueblo necesita ser tutelado porque no sabe usar de sus derechos. Así se justifican los llamados despotismos ilustrados, así se burla, en la práctica, la tan decantada soberanía popular.


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