Por la identidad
El venerable escritor y periodista junto a la banda de
folklore-rock, viajaron a la ciudad de la provincia de Buenos Aires para
difundir una verdad histórica. Hubo polémica por los medios, discursos y un
show que levantó la temperatura de un fin de semana atípico.
”Este pueblo lleno de niños y árboles no merece llevar el
nombre de un genocida...” Osvaldo Bayer clavó su mirada en el millar de
personas ubicadas en el anfiteatro de Rauch, una pequeña ciudad del centro-sur
de la provincia de Buenos Aires. “Ese coronel prusiano era de una crueldad
terrible. A los indios les hacía el degüello corbatita para ahorrar en balas.
Yo no podría vivir en una ciudad llamada así.” Bayer esperaba este momento
desde 1963, cuando propuso por primera vez su iniciativa. En aquel entonces la
pasó mal: gobernaba el país José María Guido y su ministro del Interior
justamente era Juan Rauch, el bisnieto del citado coronel. Así, cuando regresó
a Buenos Aires, Bayer fue detenido por la policía. Cuarenta años después volvió
a la ciudad en compañía de Arbolito, la banda que debe su nombre al justiciero
que le cortó la cabeza al militar. “Cuanto más justo sería que la ciudad se
llamara así”, remató el autor de La Patagonia rebelde.
Precedidos por un canto con cultrum de dos miembros de la Comunidad Mapuche
“Peñimapu”, los Arbolito se despacharon con gatos, chacareras, cuecas,
candombes y huaynos. Unos treinta seguidores del grupo llegados de Mataderos,
San Martín, Flores, San Telmo y Caballito, más el entusiasmo de los estudiantes
de la ciudad anti-Rauch, produjeron un ritual tan extraño como inolvidable. La
canción “Arbolito”, justamente, terminó de concretar el objetivo de la visita
del grupo y del sabio anarquista. “Oye, mi niño, parece ha cambiado la suerte /
son esos hombres de arriba cargados de muerte / traen sus armas que queman la
piel si te dan / quieren quedarse la tierra, los bosques y el mar... Arbolito,
tu lanza, nuestro camino / Arbolito, las pampas son tu destino...”, cantó
Agustín, arrancando el único y más que simbólico aplauso de Alberto,
descendiente directo de tehuelches. Llegaron después, discurso de Bayer
mediante, el hermoso “Huayno del desocupado” (“Chupa tu matecito, el hambre se
va / sólo por un ratito el hambre se va / las manos rechazadas / la cabeza
cansada / y Dios que no se ha vuelto a mirar acá”), “La arveja esperanza” y “Si
me voy antes que vos”, de Jaime Roos.
La jornada tuvo también su toque de actualidad. “La idea de hacerle una estatua
a Rauch –con esa cara de oler mal– en el medio de esta hermosa plaza proviene
de épocas de la dictadura”, había denunciado Osvaldo en una atípica conferencia
de prensa anterior al recital, que incluyó aplausos, pocas preguntas y la
intervención de algunos “rauchistas”. “Es muy romántica su idea pero,
¿cambiamos algo con eso?”, preguntó uno de ellos. Respondió Bayer: “Entonces no
juzguemos a Videla, no juzguemos a Suárez Mason. Después de todo, hubo
desaparecidos, pero no estábamos tan mal. Es decir, hay explicación para
todo... Pero hay algo que se llama ética y sin ella no se da un paso adelante
pensando en nuestros hijos y nietos. Los hacemos vivir en una ciudad que lleva
el nombre de un asesino”. El acto repercutió en los 14 mil habitantes de la
ciudad. Al otro día, la radio y la televisión locales reprodujeron las
diferentes opiniones de la gente respecto del tema. Muchos reaccionaron contra
Bayer, más que contra su idea. “¿Quién es este intelectual para meterse con
nuestras raíces?”, dijo un oyente de una radio FM. “Ahora me levanto y me
encuentro con que mi pueblo se llama Rosita”, expresó otro, bastante molesto.
Otros se enteraron in situ que Federico Rauch había sido un genocida.
“Realmente no sabía que había matado a 400 indios”, dijo una mujer. Algunos, en
cambio, vieron bien que se proponga el cambio de nombre de la ciudad. Y hasta
circuló la idea de realizar un plebiscito. Pero Jorge Petreigne, flamante
intendente de Rauch –que ya gobernó durante la última dictadura militar-, vivió
el fin de semana largo como si nada hubiese pasado. Y su padre historiador,
Jorge Petreigne, reivindicó el accionar del coronel prusiano. La verdad
histórica, comprobadísima, la habían develado Bayer y su brazo musical,
Arbolito.
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