Lo razonable, lo elemental, después de lo acontecido en
Santiago del Estero, es olvidarse de esta provincia. Mas no lo entiende así el
gobierno de Rivadavia, por cuya disposición Lamadrid se dirige al gobierno de
Salta, en solicitud de cooperación militar, que consiste en el envío de los
soldados de Matute, con éste a la cabeza.
A esta altura de los acontecimientos, resulta ya indispensable señalar una
serie de circunstancias que tienen singular incidencia sobre la marcha de
hechos futuros, directamente vinculados con la trayectoria de Facundo Quiroga,
pero que no dependen de él, sino de las resoluciones que toma Lamadrid en su
afán de terminar con Ibarra antes de seguir la campaña contra el caudillo
riojano.
Lamadrid tiene un defecto, que en materia militar suele ser muy grave: no sabe
o no quiere guerrear en dos frentes distintos al mismo tiempo. Y esto, por una
sola razón: porque Lamadrid no sabe o no quiere adaptarse a la guerra
simultánea. En este hombre, personal para todo, el ceder aunque sólo sea
parcialmente el mando de una parte de su gente, es algo superior a sus propias
fuerzas. Y de ese peculiar modo de ser suyo, resulta el hecho de que, por
encima de todo, quiera terminar en forma definitiva con Ibarra, antes de pensar
en prepararse de nuevo para volver a enfrentarse con Quiroga.
Lamadrid, invade Santiago del Estero
Resuelto
a reincidir en la aventura de Bedoya, Lamadrid se pone en comunicación con el
gobernador de Catamarca "manifestándole la orden recibida de actuar
sobre Ibarra, previniéndole que saliese él con una división de quinientos
hombres por la parte de Choya, sobre Santiago, a fin de sorprender a Ibarra,
pues tenía él para dicha empresa al valiente teniente coronel Pantaleón
Corvalán, santiagueño, mientras yo le llamaba la atención por el norte, pero
señalándole el día del asalto y el punto en que debíamos reunirnos".
Estos párrafos de lo que dice Lamadrid en sus Memorias tienen singular
importancia, especialmente cuando hacen hincapié en que él señala "día del
asalto" y "punto de reunión” porque una circunstancia imprevista, al
retardar la marcha de la columna que manda, determina el fracaso de la parte
principal de los planes.
Matute llega a Tucumán con sus colombianos, se une al ejército de Lamadrid y
ambos salen de la ciudad para iniciar la campaña. Pero como poco antes los
colombianos reciben un anticipo de su paga, y desde que están necesitados de
ciertas cosas, Matute autoriza que algunos de ellos vuelvan a la ciudad, donde
se embriagan y cometen una serie de atropellos. Se alarma el pueblo ante el
abuso, corren los cívicos a las armas y se produce una riña colectiva dentro de
la ciudad misma. Cuando un vecino de la zona en que se libra la lucha corre al
campo de Lamadrid para contarle lo que ocurre, éste le reprocha a Matute haber
dado licencia a la tropa sin su consentimiento. Matute se disculpa y ofrece ir
al pueblo para traer a los abusadores. Ya no es tiempo, pues los cívicos,
después de reducirlos, los traen presos, reclamando un escarmiento que termine
con la prepotencia de los colombianos. Matute no se hace rogar. Coloca contra
un paredón al soldado que considera más responsable de los hechos, consigue la
autorización de Lamadrid y lo hace pasar por las armas.
Todo parece resuelto. ¿Resuelto? No. Este incidente hace perder veinticuatro
horas a la columna de Lamadrid, que ya no está capacitada para coordinar, en
tiempo, los planes trazados de acuerdo con el gobernador de Catamarca.
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