viernes, 27 de abril de 2018

Juan Moreira / 1886 – Parte 8

ORIGINALIDADES SOCIALES 

"Juan Moreira" 

"Buenos Aires, Noviembre II de 1890.

Allá por la calle de Montevideo, en un sitio en que no hace mucho tiempo era imposible oírse de vereda a vereda, por los rumores sordos de los motores del aserradero de Ocampo, una inmensa lona circular y un arco de gallardetes de todos colores, amén de unos avisos de redacción yankee, anuncian la existencia de algo destinado a espectáculos teatrales. 

Y lo es, en efecto; acercándose a los inmensos carteles se ve groseramente litografiada la figura de un gaucho recostado en la cruz de su caballo, debajo, en caracteres resaltantes, estas palabras: Juan Moreira, drama criollo, etc., etc. 
Al instante se sienten revivir las famosas hazañas del heroico gaucho inmortalizado, más que por sus propios actos, por la pluma llena de colorido del malogrado, hábil y fecundo pintor de nuestras costumbres nacionales, Eduardo Gutiérrez. 

Así, pues, ya por alterar con un espectáculo sensacional la fastidiosa monotonía diaria, ya por simple curiosidad, ya por contemplar de una manera real los episodios interesantes de esa vida de leyenda, que teniendo por teatro las llanuras porteñas, representó Juan Moreira al impulso fatal de un destino infortunado y al amparo exclusivo de un valor de sublime heroicidad, ya debido a la espontánea y entusiasta propaganda de excelentes patriotas, como el simpático inglés Balcarce, cuya propaganda es más eficaz que el más llamativo de los reclame, puesto que lo anuncia de vereda a vereda, es que este circo, sitio de reunión hasta ayer de una cierta y determinada clase social, se ve hoy noche a noche invadido por lo más distinguido que tiene Buenos Aires. 

No se crea que exageramos; allí, en algo que según la empresa son palcos y los cobra a precio de tal, cuyas divisiones son los propios respaldares de viejas y sucias sillas de esterilla, se ven sentados, ya en atenta y emocionada actitud, ya dueños de un excelente buen humor manifestado bajo la forma de francas y expansivas carcajadas, a personas cuya vida social es un mito y a las cuales sin embargo las hazañas casi fantásticas del héroe de Navarro han tenido la virtud de sacar de su tranquilo alejamiento para confundirlos en las bulliciosas alegrías de un circo donde la urbanidad, la corrección y el orden son pura metafísica. 

Ejemplo al caso: ¿Quién ha visto jamás en circo alguno al doctor Ignacio Pirovano, el cirujano famoso? Sin embargo era él el que se encontraba el sábado confundido entre la inmensa muchedumbre que aplaudía, reía y gozaba en las diversas escenas de la vida del noble y valiente gaucho a quien Adolfo Alsina le regaló la daga famosa que había más tarde de servirle en sus heroicas aventuras pampeanas. 

Al general Campos, el valiente jefe de las fuerzas revolucionarias de Julio, ¿se le ha visto alguna vez en reuniones de esta naturaleza? Sin embargo también estaba allí y por cierto que ha compensado la seriedad obligada de los últimos tiempos, con el derroche de su risa varonil, hecho allí ante los dichos graciosos del napolitano del porongongó (pericón). 


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