sábado, 14 de abril de 2018

Batalla de Caseros - Parte 3


Como también se explica la reacción de Pacheco, que fue natural en un hombre de honor al sentirse sospechado: tanto más valiosa cuanto que arrostraba con ella el disgusto del Restaurador, en momentos decisivos fue, con todo, una más en el cúmulo de circunstancias desgraciadas que decidieran la caída de Rosas y el fin de la Confederación.  ¿Habría sido otro el resultado de la batalla, de haber comandado Pacheco las fuerzas argentinas? Sólo Dios lo sabe.

A fines de enero, las tropas aliadas se encontraban ya a la vista de Buenos Aires, defendida por su ejército veterano. Rosas convocó a un junta de guerra en la noche del 2 de febrero, a la que concurrieron el general Pinedo y los coroneles Chilavert, Díaz, Lagos, Costa, Sosa, Bustos, Hernández, Cortina y Maza. Se decidió dar la batalla al día siguiente.  El ejército de Urquiza estaba constituido por los contingentes del litoral, al que se había sumado la flaca pero activa legión de los emigrados; por la división oriental, en la que pululaban los extranjeros, y por la brasileña, animada del odio atávico y ansiosa de lavar la humillación de Ituzaingó. 

En la función de boletinero del ejército y vestido con un raro uniforme de coronel francés, venía el ya celebre polemista don Domingo Faustino Sarmiento. En la artillería, un joven coronel que hacía versos malos y se llamaba Bartolomé Mitre. Ambos futuros presidentes de la República habían allegado a Gualeguaychú en un barco de guerra brasileño y habían sido presentados y recomendados por el comandante brasileño al general Urquiza. 

Las fuerzas aliadas alcanzaban a 24.000 hombres.

El ejército de la Confederación, animado por la voluntad de defender una vez más el honor y la integridad de la patria contra la agresión extranjera y sus cómplices, alcanzaba a 22.000 hombres -12.000 de caballería y el resto infantería— pero muchos eran bisoños, sin ninguna experiencia de guerra. Sus 60 cañones viejos casi no tenían munición.

El choque se produjo el 3 de febrero en las inmediaciones del Palomar de Caseros. La batalla comenzó a las nueve de la mañana y terminó al comenzar la tarde. Rosas, herido en una mano de un balazo, se alejó acompañado de un auxiliar. Bajó un ombú situado en Hueco de los Sauces (actual Plaza Garay) redactó su renuncia que encomendó a su ayudante, quien inmediatamente la hizo llegar a la Junta de Representantes. Luego, cubierto por un poncho, durmió —llevaba tres noches en vela— una hora. A las cuatro de la tarde llega a la embajada inglesa; esa misma noche, con el auxilio de Manuelita, el embajador inglés Gore lo convence de la necesidad de refugiarse en el buque de guerra Centaur, anclado en la rada. Rosas lo hace finalmente y junto con algunos miembros de su gobierno navega, días después, hacia el exilio en la nación que él mismo, años atrás, obligara a agachar su altivez imperial ante la denodada defensa de la soberanía argentina.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario