viernes, 26 de enero de 2018

Había una vez un cine - Parte 4

La actividad de los jóvenes era tan intensa que además de programar las secciones del cine montaban obras de teatro. “Con Venancio actuamos en tres espectáculos y nos armábamos el vestuario con ropa prestada o que conseguíamos en nuestras casas. Eramos aficionados, pero nunca nos silbaron”, cuenta Guillermo Crevenna (65), que también hacía de acomodador. Los decorados los preparaba Héctor Vaccaro (75), pero sin desatender su puesto de proyectorista. “A José Goin le decíamos ‘el pibe aceite’, porque siempre andaba con una aceitera de lata para lubricar las máquinas”. 

El público prestaba mucha atención a los avances de los próximos estrenos. Por sus temas, sus colores o su música, despertaban la curiosidad de la platea. “Una cola excepcional fue el saludo de Navidad de la Metro Goldwyn Mayer, que era una secuencia de la película El Gran Caruso, con Mario Lanza. Fue tal el impacto que siempre para fin de año repetíamos esa canción como mensaje navideño”, evoca Goin.

El Cinemascope

Este adelanto tecnológico significó un atractivo más para el público y una gran inversión para las salas. El cine Broadway estrenó El manto sagrado, con Richard Burton, el filme inaugural de esta modalidad, con gran suceso de público. Y el desafío se presentó para las empresas más pequeñas, que no contaban con muchos recursos financieros para afrontar el cambio tecnológico. Y ni que pensar en la sala parroquial, donde el cinemascope parecía un sueño imposible. Pero el ingenio criollo hizo de las suyas y apareció un sistema que con muy poco gasto adaptó a las viejas máquinas -por medio de un cambio de lentes- para que pudiesen proyectar las nuevas producciones de los grandes estudios. Entonces, aquel sueño que acariciaron los muchachos y chicas del cine de la Parroquia Santa María de los Angeles se hizo realidad y proyectaron El manto sagrado, como aquel cine del Centro que había hecho punta.

Como humilde sala que era, el peso se cuidaba mucho y rendía gracias al empeño de Carlos Vezzoni, que era el vicepresidente del cine. En su apogeo era tanta la demanda de entradas que se vieron obligados a vender tickets numerados. Y le pidieron al carpintero Andrés Gattas la confección de dos tableros con los orificios de las ubicaciones de las butacas. El artesano era un personaje singular del barrio por su origen hierosolimitano, dado que había nacido en Jerusalén. También como legado de su arte ha quedado en el templo el ambón donde se posa el misal para la lectura del Evangelio.

Las películas fueron pasando y las tardes de matinée se prolongaron en el tiempo, hasta que los chicos crecieron y se pusieron de novios, algunos con las mismas compañeras de la parroquia, y tomaron otros caminos. Al compás de los cambios sociales el cine dijo fin oThe End, pero por un rato volvió a funcionar en estas páginas. Reaparecieron los pibes de entonces, un poco más grandes, sí, pero con una alegría casi adolescente para hablar de esos tiempos felices donde las películas y hasta la vida tenían un final feliz con beso y todo.

Agradecemos a José Goin y Carlos Rota la colaboración en esta nota.



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