miércoles, 24 de enero de 2018

Había una vez un cine - Parte 2

Pequeño gran cine

José Goin (78) era otro joven de entonces que participaba en la parroquia mientras estudiaba en la Facultad. “El señor Schenone, que manejaba algunas salas de Cabildo, me introdujo en la tarea de la programación de las películas y me llevó a visitar las distribuidoras de los principales sellos: Metro-Goldwyn-Mayer, Columbia, Paraumont y Artistas Argentinos Asociados. La elección de los títulos se hacía según los comentarios de los diarios y el gusto del público”, dice José junto a Carlos Rota, un amigo que lo acompañaba en esa labor. “Ibamos a las distribuidoras del Centro y como devolvíamos las latas en perfectas condiciones nos regalaban cortos de dibujos infantiles que les pasábamos a los chicos de catequesis. Trabajamos de corazón, sin ningún interés personal, en un ambiente de amistad bárbaro”, afirma Carlos muy emocionado.

Tan cierto era ese clima fraternal que hasta se permitían gastar bromas con los compañeros que manejaban el proyector. Cuando alguien se equivocaba con la máquina y la película se cortaba, era castigado con una prenda. “El que tenía más prendas terminaba comiendo bife a caballo con dulce de leche en alguna de las dos cervecerías alemanas que estaban en Avenida del Tejar”, dice Carlos. Goin detalla que no todo terminaba con sólo alquilar las latas sino que se debía armar el caballete con el afiche promocional de la película y repartir volantes por las casas y los comercios de la zona con las novedades de la próxima función. Carlos Arado, Néstor Albiñana, Carlos del Santo y Tomás Koppel eran los encargados de la tarea publicitaria.

Otra integrante de esa barra de amigos era Graciela Invernizzi, que evoca las películas más exitosas. “Los Tres Chiflados, Flash Gordon y las comedias de Jerry Lewis con Dean Martin eran muy festejadas. En el estreno de Cuando los duendes cazan perdices, con Luis Sandrini, hubo que ir a buscar sillas prestadas y hasta la gente se trajo su banquito de la casa”, describe. Se dice que en ocasiones el microcine era el primero recibir estrenos taquilleros antes que el Cumbre y Aesca, de Saavedra.

Visitas ilustres

La entrada costaba 2,50 pesos y la boletería era atendida por Stella Vezzoni, que cuenta con entusiasmo que uno de los asistentes que nunca se perdía las funciones era un vecino notable: Roberto Goyeneche. “Decía que le gustaba venir al cine de la parroquia porque se sentía orgulloso de que funcionara en su barrio”, señala. También se armaban charlas jugosas cuando asomaba por el hall el artista plástico Lino Eneas Spilimbergo, que vivía a pocos pasos del lugar. Otro personaje que estaba vinculado al grupo de jóvenes era el periodista y relator José María Muñoz, que no se perdía ningún partido de fútbol que se jugaba en la canchita parroquial.


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