Imaginemos
una sociedad donde las muñecas eran algo excéntrico y los partidos de fútbol,
una propuesta futurista. Sin cine ni televisión y con música que sólo se podía
escuchar en vivo. La necesidad de entretenerse, sin embargo, era una idea
legítima en la Argentina de la primera mitad del siglo pasado.
Muchos de
aquellos pasatiempos aún se conservan -desde el barrilete a la lectura-
mientras otros se convirtieron en recuerdos, como la corrida de toros y la riña
de gallos.
Ricardo
Cicerchia, uno de los contados historiadores locales que privilegió el estudio
de lo cotidiano, tiene un doctorado en la Universidad de Columbia de Nueva York
y se desempeña como investigador del Conicet.
En
las próximas semanas saldrá a la calle, editado por Troquel, el primer tomo de
su ambicioso proyecto: tres libros que relatan la vida privada a través de la
historia nacional.La palabra prócer asusta: se asocia demasiado a la estatua.
Sin embargo, ellos eran personas con necesidades terrenas que a veces se habrán
sentido invadidas por el tedio. ¿Cómo lo combatían?
-En
la época de la Revolución de Mayo, los viajes estaban considerados como una de
las cosas más aburridas dada la mala calidad de los caminos, el estado de las
postas, la incomodidad de las carretas. Un viaje Buenos Aires-Córdoba tardaba
un mínimo de cuatro o cinco días que resultaban muy pesados: no había nada que
hacer durante el trayecto.
Muchas
cartas de ese tiempo hablan del tema. Quiero destacar un relato de Manuel
Moreno donde comenta el aburrimiento que le producía viajar a su hermano
Mariano.
¿Qué
hacía durante el trayecto para entretenerse?-Moreno leía bastante y -más allá
de los viajes- tenía otra pasión para sus ratos libres: los soldaditos de
madera. Parece que su colección era de las mejores.
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