jueves, 24 de agosto de 2017

uebracho Herrado - El pueblo testigo de una batalla histórica - Parte 1


En Quebracho Herrado se enfrentaron las fuerzas federales y unitarias, y sus pobladores homenajean hoy al vencido en la contienda, el general Lavalle

QUEBRACHO HERRADO.- Hace 164 años (en el año 2005, fecha de la nota), la derrota del ejército comandado por el unitario general Juan Lavalle ante las tropas federales llevó a un pequeño pueblo cordobés a ocupar un sitio privilegiado en la historia argentina. 
El exterminio del Ejército Libertador signó la vida de una comunidad que, aunque suene paradójico, recuerda a esta región con el nombre del general vencido: Campo Lavalle.

A 20 kilómetros al oeste de la ciudad de San Francisco, muy próximo al límite con la provincia de Santa Fe, un cartel de grandes dimensiones invita a conocer un pequeño "pueblo con historia". Es que precisamente, Quebracho Herrado es eso, un pueblo mencionado en muchos textos de historiadores argentinos por haber tenido lugar en ese paraje, el 28 de noviembre de 1840, la sangrienta batalla conocida como Quebracho Herrado.

El nombre del lugar se debe a un robusto árbol de quebracho con un hierro clavado en el tronco, que se utilizaba como referencia para delimitar las provincias de Córdoba y Santa Fe. Tal denominación data del primer motivo que llevó al pueblo a los libros de historia: la creación en 1816 del Fuerte Posta, un paso obligado en el camino que unía Córdoba con Santa Fe.

Lugar tranquilo

Por las tardes, cuando el sol cae y el trajinar diario se apacigua, los vecinos se concentran en el bar que mira hacia la inmensa plaza central. Allí el entretenimiento obligado es la charla amena entre paisanos, la organización de algún partidito de bochas y la tirada de naipes sobre la mesa rústica de madera, todo ello bañado por algún buen vino o el siempre solicitado vermut.

En tanto, las mujeres prefieren en las tardes cálidas convertir a las veredas en escenario de sus citas entre amigas y allí, sumándose más tarde los varones de la casa, se suceden largas horas de tertulia en las que no falta el mate amargo.

Las calles, apacibles, son en su mayoría de tierra. No se conoce de semáforos ni de tránsito fluido, tampoco hay grandes tiendas ni menos shoppings que se atrevan a reemplazar al almacén de ramos generales en donde la atención al público es una cuestión que se transmite de generación en generación.


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