Muerte sin eco
Tres periódicos se editaban entonces en Buenos Aires: “La
Gaceta”, que era el oficial, “El Argos” y “El Despertador Teofilantrópico”,
dirigido por el famoso fraile Castañeda.
Este último papel fue el único que,
días después, comentó en verso: “Triste funeral, pobre y sombrío,/ que se hizo
en una iglesia junto al río/ en esta capital al ciudadano/ brigadier general
Manuel Belgrano”.
El 14 de agosto de 1820, Domingo Belgrano escribió a Tucumán al futuro obispo,
doctor José Agustín Molina. Narraba patéticos entretelones. Cuando su hermano
era general, como nadie quería prestar dinero al Ejército, había garantizado
con su firma varias de esas operaciones.
Patética secuela
Sucedía que un acreedor, Teodoro Fresco, había presentado su
libranza y el gobierno de Buenos Aires no se la pagó. El hecho afectó
seriamente a Belgrano. “Se apesadumbró y se hirió tan vivamente en lo puro de
su honradez, que la melancolía acabó con él”, narraba su hermano. “¡Ay, amigo!
¿Quién creyera que a este estado lo había reducido el haber amado tanto a su
ejército y su patria?”.
Domingo explicaba a Molina que no tenía dinero para pagar a Fresco. La única
posibilidad era presentar el libramiento a las autoridades de Tucumán. Si no
conseguía que lo pagaran, indicaba Domingo, “que se venda la casita que hay en
esa, de su propiedad”, y “con ello se pague a dicho fresco los mil y cerca de
trescientos pesos”. Encargaba entonces a Molina: “a la casa la haces tasar y,
según el resultado del valor, o la ofreces a Fresco o la vendes. Ojala alcance
para pagarle. Así se verificará que en vida y después de muerto, todo lo
sacrificó a la patria”.
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