martes, 21 de junio de 2016

Belgrano parte rumbo a la muerte - Parte 4


Disposiciones finales


Lo vino a visitar su amigo Balbín. Según este narraría, Belgrano deploró que no pudiera montar a caballo “para tomar parte de la defensa de Buenos Aires”. Le dijo “me hallo muy malo: duraré muy pocos días”, y agregó: “muero tan pobre, que no tengo con qué pagarle el dinero que usted me prestó”. 

Pero le aseguró que se lo podría cobrar de “algunos miles de pesos de mis sueldos” que le debía el gobierno, y que le serían pagados a su albacea “cuando el país se tranquilice”. Fray Cayetano Rodríguez venía con frecuencia a asistirlo.

El 25 de mayo, firmó su testamento. Instituía heredero a su hermano Domingo y, dice Mitre, le hizo el “encargo secreto” de que, pagadas todas las deudas, aplicase el remanente de sus bienes a favor de Manuela. Esto además de encargarle que “hiciera con ella las veces de padre y cuidara de darle la más esmerada educación”.

¡Ay, patria mía!


El 19 de junio, pidió a su hermana que le alcanzara el reloj de oro que colgaba en la cabecera de su cama. Se lo entregó al doctor Redhead. “Es todo cuanto tengo que dar a este hombre bueno y generoso”, dijo. 
Escribe Mitre que “luego empezó su agonía, que se anunció por el silencio, después de prepararse cristianamente, sin debilidad y sin orgullo, como había vivido, a entregar su alma al Creador. Las últimas palabras que salieron de sus labios, fueron estas: ¡Ay, Patria mía!”.

Así, el 20 de junio de 1820, a las 7 de la mañana, expiró el general Manuel Belgrano, diecisiete días después de haber cumplido los 50 años. En ese momento, Buenos Aires llegaba al clímax de la anarquía, con tres pretendidos gobernadores: Ramos Mejía, el general Miguel Estanislao Soler y el Cabildo.


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