Ingratitudes y despedida
Los escasos visitantes de su casa se redujeron aun más. Una
tarde, confió a Balbín: “Yo quería a Tucumán como a la tierra de mi nacimiento;
pero han sido aquí tan ingratos conmigo, que he determinado irme a morir a
Buenos Aires, pues mi enfermedad se agrava cada día más”. Pidió auxilio al
gobierno para los gastos del viaje, pero le contestaron que no había fondos en
la caja, ni podían proporcionarle caballos para su carruaje.
Enterado de esto, Balbín le facilitó sin titubear el dinero que necesitaba. El
general lo aceptó, dice Mitre, “agradecido, con cargo de devolución”. Según
Juan Bautista Alberdi, niño entonces, el general se despidió emocionado de “los
campos vecinos al Aconquija”. Puso “en aquella hermosa montaña una mirada llena
de amor, y bajando el rostro bañado en lágrimas dijo: Adiós por última vez,
montaña y campos queridos”.
Un penoso viaje
El carruaje partió de Tucumán en febrero de 1820. Lo
acompañaban el médico Redhead, el capellán Villegas y dos de sus antiguos
oficiales: sus grandes amigos, los coroneles Emigdio Salvigni y Gerónimo
Helguera. En cada posta, éstos lo cargaban para bajar del coche, ya que sus
piernas hinchadas le impedían todo movimiento. Soportaba silencioso los
desdenes. En territorio cordobés, llamó a un maestro de posta, y el insolente
le mandó a decir “que viniera él, porque estaban a la misma distancia”.
El gobernador de Córdoba, su antiguo subordinado Juan Bautista Bustos, fue tan
mezquino como el gobierno de Tucumán, y no le proporcionó ayuda alguna. Pero un
comerciante de esa ciudad, Carlos del Signo, le acercó 400 pesos, sin admitir
recibo. Belgrano le escribió “agradecidísimo” y le envió “un libramiento para
Buenos Aires, el mismo que tengo el honor de acompañarle, contra mí mismo y a
quince días visto, para la mejor exactitud de su pago”.
En Buenos Aires
Gracias a estos auxilios, “el vencedor de Tucumán y Salta
pudo arrastrarse moribundo hasta su ciudad natal”, escribe Mitre. Llegó en
marzo y se alojó en la casa de su hermano, el presbítero Domingo Belgrano. Allí
lo cuidaba su hermana Juana. Llegó a visitarlo un día el general Gregorio Aráoz
de La Madrid. Conversaron con gran afecto y Belgrano sacó de su escritorio unos
apuntes sobre las campañas militares que La Madrid había escrito, por su orden,
años atrás. Le dijo que “los recorra y detalle más prolijamente y me los
traiga”. Serían la base de las famosas “Memorias” del tucumano.
El gobernador Ildefonso Ramos Mejía le envió un auxilio de 300 pesos. Pero
Belgrano necesitaba más, para pagar sus muchas deudas. Ramos Mejía planteó el
asunto a la Junta de Representantes. Pero los diputados ni siquiera trataron el
pedido: la amenaza de invasión de los caudillos concentraba su preocupación.
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