lunes, 20 de junio de 2016

Belgrano parte rumbo a la muerte - Parte 3


Ingratitudes y despedida


Los escasos visitantes de su casa se redujeron aun más. Una tarde, confió a Balbín: “Yo quería a Tucumán como a la tierra de mi nacimiento; pero han sido aquí tan ingratos conmigo, que he determinado irme a morir a Buenos Aires, pues mi enfermedad se agrava cada día más”. Pidió auxilio al gobierno para los gastos del viaje, pero le contestaron que no había fondos en la caja, ni podían proporcionarle caballos para su carruaje.

Enterado de esto, Balbín le facilitó sin titubear el dinero que necesitaba. El general lo aceptó, dice Mitre, “agradecido, con cargo de devolución”. Según Juan Bautista Alberdi, niño entonces, el general se despidió emocionado de “los campos vecinos al Aconquija”. Puso “en aquella hermosa montaña una mirada llena de amor, y bajando el rostro bañado en lágrimas dijo: Adiós por última vez, montaña y campos queridos”.

Un penoso viaje


El carruaje partió de Tucumán en febrero de 1820. Lo acompañaban el médico Redhead, el capellán Villegas y dos de sus antiguos oficiales: sus grandes amigos, los coroneles Emigdio Salvigni y Gerónimo Helguera. En cada posta, éstos lo cargaban para bajar del coche, ya que sus piernas hinchadas le impedían todo movimiento. Soportaba silencioso los desdenes. En territorio cordobés, llamó a un maestro de posta, y el insolente le mandó a decir “que viniera él, porque estaban a la misma distancia”.

El gobernador de Córdoba, su antiguo subordinado Juan Bautista Bustos, fue tan mezquino como el gobierno de Tucumán, y no le proporcionó ayuda alguna. Pero un comerciante de esa ciudad, Carlos del Signo, le acercó 400 pesos, sin admitir recibo. Belgrano le escribió “agradecidísimo” y le envió “un libramiento para Buenos Aires, el mismo que tengo el honor de acompañarle, contra mí mismo y a quince días visto, para la mejor exactitud de su pago”.

En Buenos Aires


Gracias a estos auxilios, “el vencedor de Tucumán y Salta pudo arrastrarse moribundo hasta su ciudad natal”, escribe Mitre. Llegó en marzo y se alojó en la casa de su hermano, el presbítero Domingo Belgrano. Allí lo cuidaba su hermana Juana. Llegó a visitarlo un día el general Gregorio Aráoz de La Madrid. Conversaron con gran afecto y Belgrano sacó de su escritorio unos apuntes sobre las campañas militares que La Madrid había escrito, por su orden, años atrás. Le dijo que “los recorra y detalle más prolijamente y me los traiga”. Serían la base de las famosas “Memorias” del tucumano.

El gobernador Ildefonso Ramos Mejía le envió un auxilio de 300 pesos. Pero Belgrano necesitaba más, para pagar sus muchas deudas. Ramos Mejía planteó el asunto a la Junta de Representantes. Pero los diputados ni siquiera trataron el pedido: la amenaza de invasión de los caudillos concentraba su preocupación.

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