En febrero de 1820, enfermo y desencantado, el creador de la
bandera se alejó de Tucumán. Moriría cuatro meses después.
Después de haber pasado intermitentes temporadas en nuestra
ciudad –iniciadas en aquel glorioso setiembre de 1812- Manuel Belgrano se
estableció en ella a partir del 7 de agosto de 1816. Había sido designado otra
vez jefe del Ejército del Norte, que desde entonces permanecería acampado en
Tucumán durante más de dos años.
Fue en diciembre de 1818 que el gobierno central, enfrentado con los caudillos,
ordenó que la fuerza de Belgrano marchara a Santa Fe, para hacerse cargo del
ejército de operaciones contra Estanislao López. La marcha se ejecutó desde
enero de 1819, en forma escalonada. Pero no hubo ocasión de luchar: en abril,
el caudillo López firmó un armisticio con las fuerzas nacionales del general
Juan José Viamonte, en San Lorenzo.
Luego de hacer jurar a sus tropas fidelidad a la efímera Constitución de 1819,
Belgrano contramarchó hacia Córdoba.
Adiós al Ejército
Estaba acampado en la Cruz Alta, sobre el Río Tercero,
cuando lo visitaron los médicos Manuel Antonio de Castro y Francisco de Paula
Rivero. Advirtieron, muy preocupados, que la enfermedad (una hidropesía, sumada
a varias otras) había avanzado sobre el organismo del general. “Sé que estoy en
peligro de muerte”, les dijo. “Tienen aquí una capilla donde entierran a los
soldados. También pueden enterrar allí al general”.
El 11 de setiembre, Belgrano resolvió dejar definitivamente el mando. Se lo
transfirió al coronel mayor Francisco Fernández de la Cruz y partió a Tucumán.
“Estando tan cerca de Buenos Aires, donde abundaban los buenos médicos y demás
recursos del arte, jamás quiso ir, y prefirió trasladarse a una provincia
lejana”, apunta en sus “Memorias” el general José María Paz. Y se preguntaba:
“¿Fue causa de esta resolución la enemistad personal que se le suponía con el
director supremo Pueyrredón? ¿O solamente fue efecto de afecciones particulares
que lo traían a Tucumán?”.
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