En la retirada, los comandos volvieron a disparar ráfagas de
tiros y proferir amenazas para ahuyentar a los curiosos. La recorrida duró
poco. Enseguida llegaron a la División Informaciones de la policía provincial.
Allí los volvieron a tirar de cara al piso, formar la fila con las manos en la
nuca y los ojos cerrados. Adentro, les vendaron los ojos con jirones de trapos
de los carteles que habían traído del asalto, aunque antes algunos lograron ver
el patio del lugar con decenas de personas (ver aparte) en las mismas
condiciones: con los ojos vendados y manos en la nuca esparcidos por el piso o
contra las paredes, varios de ellos esposados. Así estuvieron más de 40 horas,
antes de recuperar la libertad, tras otros interrogatorios, amenazas y
acusaciones de “asociación ilícita” y “tenencia de munición de guerra”.
Pocos días después Clelia Hidalgo murió en el Hospital de
Clínicas cordobés. Un policía advirtió la intensa hemorragia –que le produjo
que “le introdujeran el cañón de un arma en la vagina”– mientras la
interrogaba. Ordenaron su traslado “en calidad de detenida” a la sala policial
del policlínico del barrio San Rafael. Tras reiteradas denuncias, y por su
delicado estado de salud, fue nuevamente trasladada al Clínicas, pero Clelia no
soportó las lesiones que sufrió en el asalto.
El 15 de octubre la policía entregó el local del PC ante un
escribano, por exigencia de los comunistas. Allí consta la forma ruinosa en que
quedó la casona, los disparos en las paredes, las vainas servidas y las
leyendas de las Tres A que dejó el operativo. El acta lleva la rúbrica de tres
agentes de la seccional primera de la policía cordobesa: el suboficial ayudante
José Amadeo, el sargento Ismael Salta (chapa 162) y el agente de consigna José
Moldia (chapa 111).
El operativo y el Navarrazo
Ese 10 de octubre de 1974, la policía cordobesa desplegó un
tenebroso operativo que culminó con el asalto a locales del Partido Comunista
(ver nota principal), el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y el
Sindicato de Luz y Fuerza. La excusa fue que habían detectado que “desde un bar
y con el apoyo de un Citroën verde, una pareja manipulaba un radiotransmisor”.
La supuesta persecución comenzó en el céntrico edificio de los tribunales de la
ciudad de Córdoba, que fue desalojado. Ante la mirada incrédula de centenares
de personas, los policías, al mando de su jefe García Rey y del propio
interventor federal, el brigadier Lacabanne, disparaba contra el edificio
vacío, “sin ni siquiera parapetarse” y con la certeza de que no recibiría
respuesta. La búsqueda de la pareja y el Citroën –que nunca aparecieron– siguió
con los brutales allanamientos en los locales partidarios y gremiales.
Isabel Perón había decretado la intervención federal de la
provincia tras el golpe institucional que pasó a la historia como “el
Navarrazo”. El ex jefe de la policía de Córdoba, el teniente coronel Antonio
Navarro, tomó la ciudad a punta de pistola con comandos policiales y civiles
que arrestaron al gobernador Ricardo Obregón Cano y a su vice Atilio López
(luego amenazado y acribillado por las Tres A). Lacabanne, un brigadier que
siempre decía actuar en nombre de Isabel, volvió a colgar del cuartel de la
policía cordobesa la fotografía del ex jefe Navarro, que entonces estaba
prófugo de la Justicia.
Por Miguel Jorquera
No hay comentarios.:
Publicar un comentario