lunes, 11 de enero de 2016

Córdoba, 1974 – Parte 3


En la retirada, los comandos volvieron a disparar ráfagas de tiros y proferir amenazas para ahuyentar a los curiosos. La recorrida duró poco. Enseguida llegaron a la División Informaciones de la policía provincial. Allí los volvieron a tirar de cara al piso, formar la fila con las manos en la nuca y los ojos cerrados. Adentro, les vendaron los ojos con jirones de trapos de los carteles que habían traído del asalto, aunque antes algunos lograron ver el patio del lugar con decenas de personas (ver aparte) en las mismas condiciones: con los ojos vendados y manos en la nuca esparcidos por el piso o contra las paredes, varios de ellos esposados. Así estuvieron más de 40 horas, antes de recuperar la libertad, tras otros interrogatorios, amenazas y acusaciones de “asociación ilícita” y “tenencia de munición de guerra”.

Pocos días después Clelia Hidalgo murió en el Hospital de Clínicas cordobés. Un policía advirtió la intensa hemorragia –que le produjo que “le introdujeran el cañón de un arma en la vagina”– mientras la interrogaba. Ordenaron su traslado “en calidad de detenida” a la sala policial del policlínico del barrio San Rafael. Tras reiteradas denuncias, y por su delicado estado de salud, fue nuevamente trasladada al Clínicas, pero Clelia no soportó las lesiones que sufrió en el asalto.

El 15 de octubre la policía entregó el local del PC ante un escribano, por exigencia de los comunistas. Allí consta la forma ruinosa en que quedó la casona, los disparos en las paredes, las vainas servidas y las leyendas de las Tres A que dejó el operativo. El acta lleva la rúbrica de tres agentes de la seccional primera de la policía cordobesa: el suboficial ayudante José Amadeo, el sargento Ismael Salta (chapa 162) y el agente de consigna José Moldia (chapa 111).


El operativo y el Navarrazo

Ese 10 de octubre de 1974, la policía cordobesa desplegó un tenebroso operativo que culminó con el asalto a locales del Partido Comunista (ver nota principal), el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y el Sindicato de Luz y Fuerza. La excusa fue que habían detectado que “desde un bar y con el apoyo de un Citroën verde, una pareja manipulaba un radiotransmisor”. La supuesta persecución comenzó en el céntrico edificio de los tribunales de la ciudad de Córdoba, que fue desalojado. Ante la mirada incrédula de centenares de personas, los policías, al mando de su jefe García Rey y del propio interventor federal, el brigadier Lacabanne, disparaba contra el edificio vacío, “sin ni siquiera parapetarse” y con la certeza de que no recibiría respuesta. La búsqueda de la pareja y el Citroën –que nunca aparecieron– siguió con los brutales allanamientos en los locales partidarios y gremiales.
Isabel Perón había decretado la intervención federal de la provincia tras el golpe institucional que pasó a la historia como “el Navarrazo”. El ex jefe de la policía de Córdoba, el teniente coronel Antonio Navarro, tomó la ciudad a punta de pistola con comandos policiales y civiles que arrestaron al gobernador Ricardo Obregón Cano y a su vice Atilio López (luego amenazado y acribillado por las Tres A). Lacabanne, un brigadier que siempre decía actuar en nombre de Isabel, volvió a colgar del cuartel de la policía cordobesa la fotografía del ex jefe Navarro, que entonces estaba prófugo de la Justicia.


Por Miguel Jorquera


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