lunes, 7 de diciembre de 2015

Plaza Constitución



En el antiguo Buenos Aires, el hueco señalaba un punto de referencia, del mismo modo que lo indicaba la existencia de la noria o la figura del mirador, ya que éstos respondían al nombre del dueño o arrendatario del predio hortícola, o al de la familia que residía en el caserón.  

De ahí que, como se decía “el hueco de Cabañas” o “de los Rodríguez”, también se nombraba “la quinta de la noria” de Martínez, o “la casa del mirador de Bosch”.  Y esta costumbre, rasgo característico del hombre del solar porteño, no se ha perdido del todo, ya que los viejos hijos de la ciudad de Buenos Aires continúan repitiendo, con la imagen de lo pasado o la estampa de lo todavía presente: “la esquina del palacio Miró” (el que se mantuvo hasta 1937 en Libertad y Viamonte); “la quinta de Lezica” (actual parque Rivadavia); así como “el mirador de Comastri” dentro de la manzana que conforman las calles Loyola, Aguirre, Bonpland y Fitz Roy.

Por supuesto que el hueco era el baldío donde en ocasiones lecheros y cuarteadores decidían jugarse a la taba el tiempo y las monedas, en tanto los sufridos animales no daban allí con hierbas ni yuyos comestibles, porque el hueco, de amplitud pequeña o espacio enorme, cuando no resultaba vaciadero de basuras se ofrecía como paradero de carretas.  

Algunos de tales huecos tenían denominaciones curiosas.  Así las de hueco “de las Cabecitas” y de “Doña Engracia”.  Otros, aquéllas que denunciaban el color y las actividades del lugar: “de los Corrales del Alto”, como se llamaba en 1817 al que abarcaba todo el perímetro de la actual Plaza Constitución.

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