El más tarde general José María
Paz -oficial del ejército del Norte- escribió que "Rondeau era un perfecto
caballero, adornado de virtudes y prendas estimables como hombre privado pero
de ninguna aptitud para el mando militar principalmente en circunstancias
difíciles".
También difunde que buena parte de los oficiales le llamaban "José Bueno" o "Mamita Rondeau" y que su "insignificancia personal" iba de la mano con "una refinada hipocresía". Hubo otros que no llegaron tan lejos, Aráoz de Lamadrid, escribió que si bien era un "jefe demasiado bondadoso, y hasta condescendiente con algunos, […] mas no por eso toleraba toda clase de excesos como Paz lo da a entender a cada paso". Mitre ha insistido en que "era un hombre de juicio recto, pero sin las luces de la inspiración, de porte grave y carácter algo apático, de alma serena, reconocido por todos como un patriota abnegado y virtuoso". No es otra la versión que recogerá Juan Zorrilla de San Martín: "Rondeau era un patriota, era un animoso capitán; pero era un conductor de soldados, no un conductor de hombres. Si tuvierais que modelar su estatua, os bastaría con plasmar la de un bizarro jefe impersonal, la de un noble uniforme."
En suma, es probable que su personalidad incluyera, en dosis no precisas, todos
esos rasgos que hacían de su personaje borroso y manipulable una pieza nada
despreciable en el ajedrez del poder.
Rondeau pasó la última parte de su vida en Montevideo ocupando cargos en los gobiernos de Rivera y Oribe. Durante la Guerra Grande, fiel a su tradición unitaria, participó en el bando de la Defensa. Murió el 18 de noviembre de 1844. Dos días antes había llamado a su ahijado, el joven oficial de artillería Bartolomé Mitre y le entregó su espada, "Vencedora en el Cerrito y derrotada con dignidad en Sipe-Sipe", le dijo.
Rondeau pasó la última parte de su vida en Montevideo ocupando cargos en los gobiernos de Rivera y Oribe. Durante la Guerra Grande, fiel a su tradición unitaria, participó en el bando de la Defensa. Murió el 18 de noviembre de 1844. Dos días antes había llamado a su ahijado, el joven oficial de artillería Bartolomé Mitre y le entregó su espada, "Vencedora en el Cerrito y derrotada con dignidad en Sipe-Sipe", le dijo.
Fue enterrado con honores en el Panteón Nacional. En 1891 Argentina solicitó la
repatriación de sus restos, pero el gobierno de Julio Herrera y Obes se negó
argumentando que sus cenizas debían permanecer en el suelo al que había servido
como patria propia. Es probable que la posteridad haya sido avara con José
Rondeau: un pueblo de la provincia de Buenos Aires, algunas calles y avenidas
en Argentina y Uruguay, apenas un retrato que no lo favorece y una brevísima
bibliografía que incluye sus escuetas memorias de 59 páginas y un "boceto
biográfico" de 336 escrito por Jorge A. Ferrer, publicado discretamente en
1997.
Por Luciano Alvarez
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