jueves, 3 de septiembre de 2015

General José Rondeau – Parte 2

Desde entonces tendría tantos cargos como fracasos. En su autobiografía escribe: "En el curso de mi carrera he obtenido cinco despachos de general de ejércitos de operaciones en distintas provincias y tres de comandante general de armas en diversos períodos..." 

También fue nombrado dos veces Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, aunque la primera (1815) fue nominal y solo por un día, puesto que no se encontraba en Buenos Aires y la segunda (1819 - 1820) terminó abruptamente luego de la breve Batalla de Cepeda, cuando se abolió su cargo y aun el gobierno nacional. Pasó ocho años en discretos puestos hasta que, en 1828 la Asamblea General Constituyente y Legislativa del recién creado Estado Oriental le ofreció el puesto de Gobernador y Capitán General Provisorio. Una vez más Rondeau respondía a su perfil político: alternativa bonachona y provisoria, puesto que su nombramiento postergaba por un tiempo las pretensiones de Rivera y Lavalleja. De algún modo podría ser considerado nuestro primer presidente, por el breve lapso de un año y cuatro meses. 

Bartolomé Mitre dice que el general Rondeau era "un soldado de buena escuela". Pero lo cierto es que fue un derrotado sistemático. Nuestra Historia Patria lo recuerda como el vencedor del Cerrito (31 de diciembre de 1812), donde venció a su viejo amigo Vigodet, pero su campaña con el llamado ejército del Norte fue un rosario de desaciertos que incluye enemistarse con otro caudillo, el valiente coronel Martín Miguel de Güemes, a quien declaró traidor y desertor, y terminó con la derrota de Sipe-Sipe (noviembre de 1815), un desastre total que detuvo la revolución en las fronteras del Alto Perú.

Durante su efímero gobierno como Director general de las Provincias Unidas pretendió que José de San Martín trajera el Ejército de los Andes a luchar contra los federales y le propuso a Lecor, gobernador portugués de la Banda Oriental, que invadiera Entre Ríos y Corrientes. Pero todo terminó en Cepeda, cuando su ortodoxo planteo militar fue arrasado en diez minutos por los caudillos López y Ramírez. 

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