miércoles, 4 de febrero de 2015

Hace un siglo murió Sáenz Peña - Parte 4

En 1911, el presidente Sáenz Peña resolvió que visitaría Tucumán en julio del año siguiente. Comunicó esa decisión al gobernador, doctor José Frías Silva. Expresó que “al adoptar esa determinación, he obedecido a un concepto verdadero y expansivo de la nacionalidad”. Si el Congreso de 1816 afirmó la Independencia, “me parece que debemos rendirle homenaje en su sede y en su ambiente, asociado el país entero al noble pueblo que lo hospedara, templándolo con su admiración y sacrificio”.

Dos visitas y muerte

Vino efectivamente a Tucumán con gran parte de su gabinete, y se quedó varios días, conquistando el afecto de todos. Era el tercer mandatario que llegaba a la provincia desde la Constitución del 53: Nicolás Avellaneda vino en 1876 y Julio Argentino Roca hizo una visita relámpago en 1883.



Al año siguiente, 1913, Sáenz Peña repitió la visita a nuestra ciudad, donde ya gobernaba el doctor Ernesto Padilla. Declaró entonces su propósito de centralizar en Tucumán los próximos festejos del Centenario de la Independencia, que tendrían lugar en 1916.

Una vieja enfermedad empezó poco después a acosar su organismo. Debió pedir reiteradas licencias por esa causa y, obviamente no pudo venir a Tucumán en 1914. Falleció un mes después de las fiestas julias, el 9 de agosto.

Estadista sin demagogia

El presidente que instaló la democracia quería dar la máxima jerarquía a la imagen del Ejecutivo. Por eso dispuso que los ordenanzas de la Casa Rosada vistieran frac, calzón corto de terciopelo, largas calzas y zapatos con hebillas. Cuando llegaba a alguna ceremonia, recuerda Ramón Columba que repartía, a los pobres que se acercaban al carruaje, “monedas de oro relucientes, que eran libras esterlinas”.

Alto, elegante y distinguido, el mismo testigo admiraba la estampa del presidente entrando al Congreso a leer su mensaje. Sobre el frac protocolar, “lucía la capa granadina que daba a su figura románticos contornos”.

Apunta un historiador que tenía una conversación amena, capaz de cautivar tanto a los hombres como a las mujeres. “Aristócrata por su cuna, por inclinación natural y formación cristiana, se sentía cómodo entre príncipes como entre obreros y campesinos, porque a unos y otros comprendía y tenía mucho que decirles. De ahí que fuese un gran demócrata y jamás un demagogo”.


LA GACETA
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