miércoles, 11 de febrero de 2015

BERNARDO A. HOUSSAY, EL INVESTIGADOR PIONERO – Parte 4

LA POLÍTICA, ESA ENTROMETIDA

Esos veinticinco años de esfuerzos resultan poca cosa para quienes no tienen escrúpulos ni siquiera para usurpar el poder. Una declaración pública firmada por Leloir entre otras personalidades de las ciencias, las artes y la cultura reclamando la vuelta a la normalidad institucional, tras el golpe del 4 de junio de 1943, determinó su separación de la cátedra, diversas comisiones oficiales y hasta de la presidencia de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, una entidad privada de bien público. Para Houssay fue un golpe demasiado fuerte.

Tras una tensa reunión en la que algunos de sus colaboradores decidieron quedarse para salvar lo que pudieran, quince de sus más inmediatos renunciaron a sus cargos y lo siguieron a la nada. Houssay pasó a ser mala palabra. Se le prohibió consultar libros y revistas del Instituto (la mayoría de los cuales habían sido donados por él). Visitó la Facultad de Veterinaria para operar una oveja con gran conmoción del alumnado y a partir de allí se le prohibió la entrada. Se distribuyeron panfletos y revistas dedicados a insultarle y hasta se colocó una bomba en una ventana de su casa que no provocó su muerte por cuestión de minutos. Pero lo peor para Houssay era la inmovilidad. No podía dedicar-se solamente a estudiar y escribir; necesitaba acción, más acción. Su vida era su trabajo, si era mucho, mejor.

Su rutina diaria, de lunes a sábado, comenzaba a las 8 en punto cuando se reunía con sus colaboradores inmediatos. De 9 al 2 dictaba cartas, discutía con sus colaboradores el progreso de las investigaciones, recibía visitantes distinguidos, recorría todas las salas de trabajo y se detenía a conversar con los alumnos. Tres veces por semana dictaba clase de una hora con una puntualidad llamativa y nunca alterada. A las 12 se iba a almorzar a su casa y aprovechaba esas 8 cuadras de caminata para leer algún texto científico. Nadie se explica cómo hacía para entenderlo, memorizarlo hasta poder discutirlo y, a la vez, no tener un accidente callejero.

A las 2 de la tarde operaba animales de laboratorio durante dos o tres horas mientras conversaba con los que lo rodeaban y a la vez dictaba cartas a su secretario. Un breve intervalo para tomar un té con sus discípulos y una última recorrida por el laboratorio para informarse de los progresos o aconsejar algún nuevo enfoque. Un hombre así no podía quedarse quieto mucho tiempo.

mismo viajó mucho (aunque su primera salida del país fue en el año 1937), pero siempre quiso volver. Así lo prueban infinidad de invitaciones rechazadas y una conocida carta desde Washington a uno de sus colaboradores: nos quieren hacer quedar y hasta ofrecen traer todo el personal de Buenos Aires, si quiero. Pero entre el 9 y el 12 de abril estaré en Buenos Aires. El 31 de marzo acaba mi compromiso. Los recursos son amplios, la gente amable, ávida para aprender, llena de interés científico. Pero (…) quiero dedicarme al desarrollo científico del país donde nací, me formé, tengo amigos, nacieron mis hijos, luché, aprendí, enseñé, etc.



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