lunes, 19 de enero de 2015

Esteban Echeverría – Parte 2


Echeverría había recibido una educación distinguida, que bien resalta en sus obras sanas de fondos y elegantes de forma. Aunque conocido como poeta principalmente, escribía prosa con fuerza y elegancia, y sus conocimientos como publicista eran de una extensión considerable.

Él se educó en Francia. Favorecido de la fortuna, rodeado de medios ventajosos de introducción en el mundo, frecuentó los salones de Laffitte, bajo la restauración, y trató allí a los más eminentes publicistas de esa época, como Benjamín Constant, Manuel, Destut, de Tracy, etc.

Regresó a Buenos Aires en 1830, dejando preparada la revolución de Julio, cuando en el Plata se entronizaban los hombres retrógrados que han gobernado hasta hoy.

Echeverría fue el portador, en esa parte de América del excelente espíritu y de las ideas liberales desarrolladas en todo orden por la revolución francesa de 1830. Como la de 89, cuyos resultados habían favorecido y preparado el cambio argentino de 1810, la insurrección de Julio ejerció en Buenos Aires un influjo que no se ha estudiado ni comprendido aún en toda su realidad. Echeverría fue el órgano inmediato de esa irrupción de las ideas reformadoras.
No hay hombre de aquel país, en efecto, que con apariencia más modesta haya obrado mayores resultados. Él ha influido como los filósofos desde el silencio de su gabinete, sin aparecer en la escena práctica. Él adoctrinó la juventud, que más tarde impulsó a la sociedad a los hechos, lanzándose ella la primera.

Todas las novedades inteligentes ocurridas en el Plata, y en más de un país vecino, desde 1830, tienen por principal agente y motor a Echeverría. Él cambió allí la poesía, que hasta entonces había marchado bajo el yugo del sistema denominado vulgarmente “clásico”; introdujo en ese arte las reformas que este siglo había traído en Europa. Gutiérrez, Mármol, y cuantos jóvenes se han distinguido en el Plata como poetas, son discípulos más o menos fieles de su escuela.

En otro orden más serio, en el camino de las ideas políticas y filosóficas, no fue menos eficaz su influjo. Él hizo conocer en Buenos Aires, la “Revista Enciclopédica”, publicada por Carnot y Leroux, es decir, el espíritu social de la revolución de julio. En sus manos conocimos, primero que en otras, los libros y las ideas liberales de Lerminier, filósofo a la moda en Francia, en esa época, y los filósofos y publicistas doctrinarios de la Restauración.

Él promovió la asociación de la juventud más ilustrada en Buenos Aires; difundió en ella la nueva doctrina, la exaltó y la dispuso a la propaganda sistemaza, que más tarde trajo o impulsó enérgicamente la agitación política, que ha ocupado por diez años la vida de la república argentina. Es raro el joven escritor de aquel país de los que han llamado la atención en la última época, que no le sea deudor de sus tendencias e ideas en mucha parte, por más que muchos de ellos lo ignoren.

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