domingo, 21 de diciembre de 2014

Las victorias de Pedro de Cevallos – Parte 3


Cevallos llevó luego la guerra a Río Grande (consideraba que estaba en condiciones de llegar a Río de Janeiro) y en su camino de triunfos le llegó la noticia de la paz concertada en París, el 10 de febrero de 1763, por la que nuevamente se devolvía la Colonia del Sacramento a Portugal. Esta decisión política-diplomática fue muy criticada pero hay que tener en cuenta que se trató de uno de los pocos teatros de esa guerra en que las monarquías borbónicas tuvieron éxito. Francia perdió el Canadá y sus posesiones en la India y el Caribe. España, el 13 de agosto de 1762, perdió La Habana y, poco después, Manila. 
Ambas eran ciudades riquísimas, especialmente La Habana, donde desde hacía años, esperando tiempos más pacíficos para cruzar los mares, se habían acumulado enormes riquezas que cayeron en las manos de los súbditos de Su Majestad Británica. El rey inglés no tuvo su parte en esta empresa bélico-comercial porque por una Ley de 1708 la corona inglesa dejaba de participar del porcentaje que tradicionalmente tomaba de los botines de guerra, nueva política que intentó, con éxito, incentivar el saqueo de las posesiones españolas. Voltaire cuenta que fue notable la inflación que produjo la introducción de esas riquezas a Inglaterra.

Hubo que rescatar a esas ciudades. Por La Habana, España cedió La Florida; y por Manila, que los ingleses ocuparon y saquearon metódicamente durante casi dos años, hubo una letra firmada por el Arzobispo de esa ciudad girada contra el Tesoro de la Corte española cuya gestión de pago estuvo muchos años complicando las relaciones entre ambas monarquías.

Como era de esperar, las noticias de la victoria sobre ingleses y portugueses en la Colonia del Sacramento y las posiciones tomadas por Cevallos en Río Grande en los últimos días de la guerra regocijaron al Rey Carlos III, a la Corte y a la nación entera. Por Real Decreto del 27 de mayo de 1763 se hizo a Don Pedro de Cevallos merced de la llave de Gentilhombre con entrada, título que le fue entregado en Buenos Aires por el Obispo. Por otro Real Decreto se le acordó el sueldo de Capitán General en campaña, de 15.000 pesos anuales. Como sabemos, Cevallos fue luego designado Gobernador Militar de Madrid y en 1776 primer Virrey del Río de la Plata. Así terminó colmado de honores este fiel servidor de la Corona que con su victoria en la Banda Oriental del Río de la Plata hizo fracasar a la primera invasión inglesa a esa región. Cevallos, como eficaz Gobernador y hábil general y como promotor del Virreinato del Río de la Plata luego, puede ser considerado como el fundador de un gran Estado y su personalidad es comparable a la de Don Santiago de Liniers y Don Martín de Álzaga, los padres de la Patria que reconquistaron y defendieron Buenos Aires de las invasiones inglesas en 1806 y 1807.

En 1764, al año siguiente de estos triunfos en la Banda Oriental sobre los ingleses y como consecuencia de esa derrota, Su Majestad Británica intentó tomar posesión de otro punto de América y también en territorio de la Gobernación de Buenos Aires, pues las ambiciones estratégicas de su imperio mundial así se lo aconsejaban, sin importar que la cosa fuera ajena y que se estaba en tiempo de paz y desde hacía tan poco tiempo. Fue la tentativa, también fracasada, de adquirir una plaza en el archipiélago de las Malvinas.  Pero esa es otra historia y otra victoria del Antiguo Régimen.
Para terminar quiero recordar sucintamente que, así como la Banda Oriental del Río de la Plata recibió en 1762/1763 su salvación de Buenos Aires y de las Misiones, muy luego –en 1770– salió de Montevideo la fuerza naval que el 10 de junio desalojó a los ingleses instalados subrepticiamente en las Malvinas. También de la Banda Oriental llegó la salvación a Buenos Aires en 1806 y en 1807; con la ayuda de milicias de todo el Virreinato se pudo defender de los ingleses la gran Capital  y fue liberada Montevideo del pertinaz invasor.
Esta apretada reseña me da pie a recordar que mientras los países del Plata se mantuvieron unidos fueron un conjunto de pueblos –el germen de un gran Estado– que se podían defender, un conjunto sólido y no, como hoy, un grupo de “mártires de la soberanía”, como calificó Montesquieu a los pequeños Estados de Alemania e Italia de principios del siglo XVIII.

por Mussel, Enrique A.


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