viernes, 3 de octubre de 2014

Dardo Rocha y La Plata – Parte 2



Finalmente, luego de rechazar varios lugares, se eligió el partido de Ensenada, cercana a la boca del Río de la Plata y conectado con Buenos Aires a través del ferrocarril. Reunía las condiciones ideales.
Eso sí, era preciso fundar una ciudad desde sus cimientos, porque el sitio no era otra cosa que montes, lomas y bañados, recorridos por liebres, perdices y vizcachas, que servían de pastoreo a las haciendas de las estancias cercanas.
Los únicos habitantes de esas extensiones eran los puesteros de Martín Iraola y los pobladores de Tolosa, una pequeña localidad de siete mil habitantes, fundada en 1871.
Entre marzo y abril de 1882, la Legislatura de Buenos Aires consideró el tema de la nueva capital, que recibió entonces su nombre definitivo: La Plata.
El entonces senador José Hernández, autor de la obra literaria gauchesca argentina Martín Fierro, fue quien propuso el nombre de La Plata, y fundamentó su posición en consideraciones históricas: teniendo en cuenta que la región se había llamado Virreinato del Río de la Plata y Provincias Unidas del Río de la Plata.
Hay que señalar que la iniciativa mereció críticas y despertó polémicas en los periódicos porteños. Y el mismísimo Domingo Faustino Sarmiento habló y vaticinó sombríos pronósticos.
Entretanto, sin hacer mucho caso a estos y otros desdenes, las autoridades provinciales habían fijado fecha para la fundación.
Fue el 19 de noviembre, fiesta de San Ponciano, Patrono de la ciudad. La piedra fundamental debía colocarse en una urna que sería enterrada en el centro de lo que habría de ser, con el tiempo, la plaza principal. La actual Plaza Moreno.
Febrilmente comenzaron los preparativos de la ceremonia, que se había proyectado para que tuviera gran majestuosidad.
La Comisión de Invitaciones para asistir a la colocación de la piedra fundamental, previene  en la víspera casi del histórico acontecimiento “que le es sensible no haber podido invitar especialmente al bello sexo argentino, en razón de no hallarse todavía en la localidad, ningún edificio digno de poder alojarlo con las distinciones merecidas”.


También se advierte que los pasajes del ferrocarril no se venderán: “Se distribuirán gratis por el Directorio del Ferrocarril del Oeste, cada boleto esperará el tren en que se debe ir y la hora de salida”. El viaje desde Buenos Aires duraba en tren por lo menos tres horas.


El presidente de la Nación, Julio Roca, se hizo representar por el ministro Victorino de la Plaza.
La estructura levantada en la plaza, que los fotógrafos recogieron para la historia, estaba constituida por palcos, arcos triunfales y leyendas como “Paz y Libertad”, “Orden y Progreso”, “Vías de Comunicación y Vida Municipal”, “Educación común y sufragio libre”, “No basta odiar la tiranía, es necesario amar la libertad”.
Como se advierte, todo un programa ideológico, coherente con la iniciativa que empezaba a concretarse en medio del calor de esa jornada.

Y así empezó la “ciudad milagro”. A fines de 1884 los poderes públicos de la provincia se instalaron en La Plata.

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