La traslación de algunos saladeros a la orilla derecha del
riachuelo, cumplimentando el Decreto del Gobierno de la Provincia, la
instalación de nuevas fábricas sumadas a las ya existentes en el paraje
hicieron que éste se fuera transformando paulatinamente en un centro poblado,
sobre todo en el nudo que formaban el puente de Barracas, antiguo de Gálvez, y
los dos grandes caminos que arrancaban de su repecho sur: el llamado
propiamente del sur o de Buenos Aires y Pampa – hoy Avenida Presidente
Bartolomé Mitre- y el camino a las Lomas de Zamora y las Cañuelas – hoy Avenida
Presidente Hipólito Yrigoyen- .
Posteriormente el núcleo poblador se fue extendiendo a lo largo del camino del
sur, y sobre una serie de callejuelas y caminos de atajos formados
arbitrariamente entre uno y otro establecimiento, o entre puntos importantes,
que conservándose a través de los años fueron las primeras calles del pueblo de
Barracas al Sud.
La formación del pueblo se debió a la labor y afincamiento del proletariado
ganaderil, notoriamente desde 1822, y del cual se posee escasos datos.
Guillermo Suffern anota que “las faenas de los saladeros con sus exigencias de
brazos atraían una masa de pobladores que debían habitar en el establecimiento
o en sus inmediaciones”.
Las fábricas de tasajo y más tarde las de productos derivados; cebos y grasas
para iluminación, determinaron la formación de un “lumpen proletarial” de
características bien definidas que jugó un importante papel en las contiendas
políticas como elemento de acción, y contribuyó al acrecentamiento de aquella
primitiva forma de industrialización.
Este bajo proletariado integrado en su mayoría por reseros, matarifes,
desarrolladores, varaderos, peones de playa, carretilleros y carreros,
alternaban sus jornadas con pulperos, traficantes de cueros robados, soldados
desertores de los ejércitos, pordioseros, vagos y mal entretenidos en el
escenario bárbaro del saladero y en el caldeado ambiente de las pulperías,
proliferadas entre el rancherío que iba circundando los galpones y los bretes,
y a la vera de los caminos intermedios que trazaron la conformación topográfica
del casco antiguo de Avellaneda.
Las instalaciones de las fábricas eran entonces muy precarias; no existían
reglas higiénicas de ningún orden, ni maquinarias, ni aparatos para facilitar
la labor. Generalmente todo el establecimiento se componía de un potrero en el
cual estaban los corrales para depositar las haciendas, los bretes donde se
efectuaba la matanza, ejecutada ésta sobre la tierra, convertida en fangal de
sangre permanente, algún galpón para salar y para guardar el producto, y las
largas y malolientes hileras de varas horizontales donde se colgaban los trozos
de carne a orear, llamadas varales, piletas de mampostería o de madera para la
salmuera y alguna ramada para las caballerías. En esta primera época del
saladero no existían desagües ni cercos que separaran la fábrica de las vías de
tránsito. Junto a ella estaban los ranchos, y en cualquier esquina del vasto
potrero la pulpería y la casa de juegos.
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