¿Cómo se nutre, en
París, de todas las vicisitudes latinoamericanas?
Esa es una buena pregunta, porque contiene quizás un cierto elemento de
sorpresa. Usted no es el único que me la ha hecho. Hay gente que se extraña un
poco de que yo pueda estar, en la medida de mis posibilidades, bastante bien
informado sobre lo que sucede en América latina y en la Argentina. La
explicación es bastante simple. En primer lugar, usted sabe la cantidad de
latinoamericanos que viven en París; sabe también que estos latinoamericanos
que en alguna época iban a divertirse, en general van ahora con fines muy
concretos de trabajo. Hay que contar también a los que se radican por razones
de exilio y a los que están haciendo cabezas de puente y combatiendo desde allá
en esta dirección. Gente de toda América Latina, con un porcentaje bastante
considerable de argentinos. Yo tengo una relación muy constante con ellos; por
ejemplo, quizá usted sepa que nosotros allá formamos un "Comité para la Defensa
de los Prisioneros Políticos en la Argentina", que trabaja mucho y que
hace todo lo que puede por colaborar en una lucha que me parece imprescindible.
Eso me da, primero, un contacto personal, clínico; y luego, muy buena
información. Espero que los argentinos no se ofendan si les digo que, a veces
en París, sabemos mucho mejor lo que está pasando aquí, en la Argentina, que en
el mismo suelo nacional; por una simple cuestión de calidad de las
informaciones.
Alguna vez me llegó un
disco suyo, publicado en Buenos Aires, sobre el Torito (Justo Suárez) que
transmití muchas veces en mis espacios de radio. Hubo una gran adhesión por
parte de toda la gente. Lo que llamaba la atención es que algunos me
telefoneaban enfurecidos por su acento francés, siendo usted argentino...
Mire, eso es un ingrediente más en un lamentable y tal vez inevitable chauvinismo. Es curioso: mucha gente piensa que este acento yo lo he adquirido en Francia, y eso les resulta molesto. A mí también me molestaría si fuese cierto, porque sería la prueba de que me estoy olvidando del español y que el francés influye incluso en mi paladar y cuerdas vocales. Bueno, yo hablo así desde que empecé a hablar. Por una razón muy sencilla: nací en Bélgica, como usted sabe, en Bruselas, a comienzos de la Primera Guerra Mundial. Durante cuatro años mi familia se vio obligada a quedarse en Europa ya que por razones bélicas, no se podía volver a la Argentina. Y entonces hablé mucho en francés; es decir, el primer idioma que me enseñaron las criadas; no se olvide que las familias burguesas o pequeño burguesas de esa época, se desplazaban siempre con niñeras. Casi todas eran francesas y suizas; de modo que, prácticamente yo hablaba sólo francés. Luego, cuando a los cuatro años vine a la Argentina, como todo pibe me olvidé del francés en una semana y comencé a hablar español. Pero me quedó el acento: en esa época, esa ciencia maravillosa que se llama foniatría existía en un estado un poco larvario. De lo contrario, en quince días de ejercicios, un foniatra me hubiera quitado esta "r" tan incómoda; pero no me la quitaron y luego, bueno, pues yo crecí y fue prácticamente imposible eliminarla. Usted sabe que eso no es afrancesamiento. Además, ¿le parece que un afrancesado hubiera podido escribir "Torito"?
Me hubiera gustado
mucho poderlo invitar a la radio, para que usted, de pronto, atendiera algún
llamado telefónico y se comunicara con las personas que deseen hacer
preguntas...
Bueno, sin necesidad de ir a la radio, por el momento basta y sobra con la calle: desde donde estoy en Buenos Aires es difícil que camine 200 metros sin que alguien me detenga. Ya sea para esa tontería de pedirme una firma... Tontería desde luego explicable, emocionante y que yo respeto.
¿Por qué dijo
tontería?
Bueno, dije tontería porque en el fondo creo que eso forma parte de un sistema de vedetismo o superstición. El hecho de tener la firma de alguien no significa nada, yo prefiero que lean mis libros a que tengan mi firma. Es verdad que una cosa se deriva de la otra, por eso agregué que es emocionante también.
Le hice esa pregunta
porque su referencia podría levantar una ola de animadversión. El público
argentino es muy cariñoso; no sé si usted lo habrá podido notar...
Enormemente cariñoso y tiene, además, algo que me conmueve mucho en relación con el espíritu general de Europa. Es decir, hay una gran llaneza en el argentino, que yo comparto. Yo soy muy llano y me gusta el hombre que se acerca así, sin preliminares, y que directamente me toma del hombro, o la mujer que se acerca y me dice: "¡Cómo me gustó este cuento!", o "Déjeme decirle tal cosa", "¿Por qué no está viviendo aquí?...".
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