Allá por 1655 en los Valles Calchaquíes, un novelesco
personaje nacido en Andalucía, llamado Pedro Bohórquez o Pedro Chamizo, quien
se hacía llamar Hualpa Inca, jurando ser descendiente directo de los Incas, se
ganó el favor y la confianza de los diaguitas y se ofreció a liderarlos para
combatir contra los españoles y reinstaurar el imperio incaico.
Bohórquez trabajaba a dos puntas y había establecido
contacto con el gobernador español, al que le prometió llevar adelante un fino
trabajo de espionaje para dar con los tesoros ocultos en la zona y lograr la
definitiva derrota de aquellos pueblos tan guerreros. Los españoles también le
creyeron y el 11 de agosto de 1657 lo nombraron lugarteniente de gobernador,
justicia mayor y capitán de guerra de los valles Calchaquíes, otorgándole
además una autorización escrita para portar el título de Inca.
También logró el apoyo para nada desinteresado de dos
misioneros, los padres Eugenio de Sancho y Juan de León. El padre León, por
ejemplo, escribía:
Señor capitán Hernando de Pedraza: [...] si la tercia parte de las noticias [de
riquezas] de Calchaquí se descubre, no habrá en el mundo [...] provincia más
rica que la nuestra. [...] Le pondré una memoria de lo que ha llegado a mi
noticia, de riquezas [...]. ¡Jesús de mi alma! Dejemos ya la tierra caduca y
miserable. Subámonos un poco al cielo [...] donde tendrá a colmo [...] cuantos
gustos y deleites honestos puede percibir el entendimiento humano [...]. Minas
del Pular: fundición de plata. En el pueblo de Cachi: minas de plata [...] y de
oro [...]. En Calchaquí: [...] la Casa Blanca y una muy nombrada huaca. En
Guampalán: minas de plata. En Quilmes: dos huacas grandiosas. En Encamana: de
plata. 1
Wak’a, en quechua, significa “lo sagrado”, “lo
sobrenatural”, y se aplica tanto a una divinidad como a un objeto de culto,
como es el caso de las ofrendas hechas a los dioses. La práctica de enterrar ofrendas
de objetos de oro, plata y piedras (muy extendida en la zona andina, por el
culto a los cerros, a la Madre Tierra y a los antepasados) llevó a que el
término se volviera sinónimo, para los españoles, de “tesoro enterrado”, por lo
que todo sitio sagrado andino fue objeto preferencial de su codicioso saqueo.
1 Carta del P.
Juan de León a Hernando de Pedraza, citada por Teresa Piossek Prebisch, La
rebelión de Pedro Bohórquez: el Inca del Tucumán, 1656-1659, Buenos Aires, s/e,
1976, págs. 101-102.
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