Secretos. Tras
décadas de silencio, Gelli comenzó en los últimos tiempos a deslizar sus
secretos en cuentagotas. Se sabe, finalmente, que sus primeros contactos con
Perón son previos a las elecciones que lo transformaron en presidente de la
Argentina en 1945. Pero su vínculo se volvió estrecho durante el exilio en
Madrid. En efecto, Gelli viajó con Perón en el avión que lo trajo de regreso a
la Argentina y desplegó su influencia en el tercer gobierno peronista a través
del ministro de Bienestar Social, José López Rega, el canciller, Alberto Vignes,
y César de la Vega, por entonces máxima autoridad de la masonería en Argentina.
Paralelamente,
Gelli afianzó fuertes vínculos con los jefes militares que derrocarían al
gobierno peronista, en especial Suárez Mason y Emilio Massera, quienes luego aparecerían
en la lista de integrantes de la P2 secuestrada por la Justicia en Italia. Más
tarde, cuando el gobierno de Raúl Alfonsín enfrentaba una embestida
desestabilizadora para frenar los procesos a los represores, que derivó en las
leyes de Punto Final y Obediencia Debida, Gelli se encontraba en el Río de la
Plata, prófugo de la justicia europea y en comunicación con sus socios de la
dictadura. Recién fue extraditado a Europa a comienzos de 1988. Meses antes
había sido profanada la tumba de Perón en un extraño atentado con ribetes
esotéricos, propias de la combinación de política y ritualidad que exhibía la
P2 (tema investigado por el autor de la nota y el periodista David Cox).
“¿Usted sabe lo que
sucedió al cuerpo de Perón? Fue verdaderamente extraño”, se le pregunta para
que hable del oscuro episodio. “Lo sé”, responde Gelli, quien otra vez comienza
a pedir que se lo llame más adelante.
—¿Quién lo hizo?
—No lo sé. No lo sé.
Súbitamente da por
terminada la conversación. El clic del teléfono cierra un nuevo contacto y deja
la sensación de que el iceberg de sus misterios apenas comenzaba a insinuarse.
Su salud lo volvería a sumergir en el silencio.
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