Y efectivamente, los cambios que Yrigoyen introdujo en la
vida argentina tienen una envergadura y una profundidad con poco precedentes en
la historia de las luchas populares. Una personalidad tan potente como la de
Hipólito Yrigoyen, que bordea e incursiona en el mito, la intransigencia con la
que revistió una actuación tan decisiva en la Argentina del siglo XX ha
originado, durante mucho tiempo, las más contradictorias opiniones y las
polémicas más enfrentadas. En su momento, despertó odios y rencores, desde la
derecha como desde la izquierda marxista ilustrada, así como la idolatría de
sus seguidores y de buena parte de las mayorías populares.
Marcelo Sánchez Sorondo, desde un ángulo aristocratizante,
alegaba: “si ahondamos el análisis, encontraremos que esa fuerza de cohesión
(el yrigoyenismo y la Unión Cívica Radical), proviene de dos elementos: el
éxito alcanzado, y que quiere consolidarse, elemento material; y el odio
metódicamente atizado contra los sistemas y los hombres que detentaron antes el
poder, el elemento moral, o inmoral” (Historia de seis años, por Marcelo
Sánchez Sorondo, Agencia General de Librería, Buenos Aires, 1925, pág. 23). Y
desde el órgano oficial del Partido Socialista “La Vanguardia”, del 12 de
octubre de 1916, en su Editorial de primera pagina, la diatriba es igualmente
dura, aunque desde otro ángulo: “El triunfo de Yrigoyen es la consecuencia de
la ignorancia de las masas analfabetas, incapaces de comprender las ideas
sociales y económicas que contribuirán a obtener su bienestar material, su
progreso intelectual y su emancipación política [...] Yrigoyen no se presentó
una sola vez a sus partidarios y no se dignó exponerse, ni por escrito ni de
palabra, ante los electores, sus vistas políticas, sus aspiraciones sociales, sus
principios económicos, en una palabra, su plataforma de gobierno”.
Quizá sea el joven Jorge Luis Borges quien haya penetrado
con mayor perspicacia en la naturaleza del “misterio” de Yrigoyen: “Yrigoyen es
la continuidad argentina. El caballero porteño que supo de las vehemencias del
alsinismo y de la patriada grande del Parque y que persiste en una casita del
sur (lugar que tiene clima de Patria, hasta para los que no somos de él pero
que mejor se acuerda con profética y esperanzada memoria de nuestro porvenir).
Es el caudillo que con autoridad de caudillo ha decretado la
muerte inapelable de todo caudillismo; es el presidente que sin desmemoriarse
del pasado y honrándose con el se hace provenir. Esa voluntad de heroísmo, esa
vocación cívica de Yrigoyen, ha sido administrada (válganos aquí la palabra)
por una conducta que es lícito calificar de genial” (Carta de Borges dirigida a
Enrique y Raúl González Tuñón en 1928. Citada y transcripta en Goñi Demarchi,
Scala y Berraondo, Yrigoyen y la Gran Guerra, pág.275).
Hoy, en general, Hipólito Yrigoyen esta considerado un
prócer, padre de la democracia argentina. Tiene calles y monumentos, los
homenajes se suceden, y sus máximas más famosas suelen citarse en el discurso
político. Aun resta el examen de muchos aspectos de su pensamiento, que han
sido relegados, mal estudiados o ignorados; y, sobre todo, de sus influencias
en varias generaciones de políticos argentinos notables, protagonistas en la
historia política argentina del siglo XX.
Osvaldo Álvarez Guerrero
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