viernes, 11 de abril de 2014

"Hipólito Yrigoyen ante la condición humana" – Parte 11


Y efectivamente, los cambios que Yrigoyen introdujo en la vida argentina tienen una envergadura y una profundidad con poco precedentes en la historia de las luchas populares. Una personalidad tan potente como la de Hipólito Yrigoyen, que bordea e incursiona en el mito, la intransigencia con la que revistió una actuación tan decisiva en la Argentina del siglo XX ha originado, durante mucho tiempo, las más contradictorias opiniones y las polémicas más enfrentadas. En su momento, despertó odios y rencores, desde la derecha como desde la izquierda marxista ilustrada, así como la idolatría de sus seguidores y de buena parte de las mayorías populares.

Marcelo Sánchez Sorondo, desde un ángulo aristocratizante, alegaba: “si ahondamos el análisis, encontraremos que esa fuerza de cohesión (el yrigoyenismo y la Unión Cívica Radical), proviene de dos elementos: el éxito alcanzado, y que quiere consolidarse, elemento material; y el odio metódicamente atizado contra los sistemas y los hombres que detentaron antes el poder, el elemento moral, o inmoral” (Historia de seis años, por Marcelo Sánchez Sorondo, Agencia General de Librería, Buenos Aires, 1925, pág. 23). Y desde el órgano oficial del Partido Socialista “La Vanguardia”, del 12 de octubre de 1916, en su Editorial de primera pagina, la diatriba es igualmente dura, aunque desde otro ángulo: “El triunfo de Yrigoyen es la consecuencia de la ignorancia de las masas analfabetas, incapaces de comprender las ideas sociales y económicas que contribuirán a obtener su bienestar material, su progreso intelectual y su emancipación política [...] Yrigoyen no se presentó una sola vez a sus partidarios y no se dignó exponerse, ni por escrito ni de palabra, ante los electores, sus vistas políticas, sus aspiraciones sociales, sus principios económicos, en una palabra, su plataforma de gobierno”.

Quizá sea el joven Jorge Luis Borges quien haya penetrado con mayor perspicacia en la naturaleza del “misterio” de Yrigoyen: “Yrigoyen es la continuidad argentina. El caballero porteño que supo de las vehemencias del alsinismo y de la patriada grande del Parque y que persiste en una casita del sur (lugar que tiene clima de Patria, hasta para los que no somos de él pero que mejor se acuerda con profética y esperanzada memoria de nuestro porvenir).

Es el caudillo que con autoridad de caudillo ha decretado la muerte inapelable de todo caudillismo; es el presidente que sin desmemoriarse del pasado y honrándose con el se hace provenir. Esa voluntad de heroísmo, esa vocación cívica de Yrigoyen, ha sido administrada (válganos aquí la palabra) por una conducta que es lícito calificar de genial” (Carta de Borges dirigida a Enrique y Raúl González Tuñón en 1928. Citada y transcripta en Goñi Demarchi, Scala y Berraondo, Yrigoyen y la Gran Guerra, pág.275).
Hoy, en general, Hipólito Yrigoyen esta considerado un prócer, padre de la democracia argentina. Tiene calles y monumentos, los homenajes se suceden, y sus máximas más famosas suelen citarse en el discurso político. Aun resta el examen de muchos aspectos de su pensamiento, que han sido relegados, mal estudiados o ignorados; y, sobre todo, de sus influencias en varias generaciones de políticos argentinos notables, protagonistas en la historia política argentina del siglo XX.

Osvaldo Álvarez Guerrero




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