martes, 21 de enero de 2014

Córdoba y la Revolución de Mayo - Parte 2



Fueron apresados al norte de la provincia y conducidos a esta ciudad. Hipólito Vieytes, comerciante porteño que acompañaba al ejército como representante de la Junta, exhibió una orden secreta de ésta que disponía que fuesen arcabuceados "en el momento en que todos o cada uno de ellos sean pillados (...) sin dar lugar a minutos que proporcionaren ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden". Está fechada el 28 de julio de 1810 y no revela los motivos de tamaña decisión. Tan sólo invoca "los sagrados derechos del Rey y de la Patria", a la vez que aclara que "este escarmiento debe ser la base de la estabilidad del nuevo sistema".
A sangre y fuego

Al conocerse la noticia en Córdoba, la reacción no se hizo esperar. Unánimemente, la población expresó su repudio y solicitó a Ortiz de Ocampo que no le diere cumplimiento. Hasta el mismo deán Funes dice en su autobiografía que "no pudo oír sin estremecerse una resolución tan cruel como impolítica, pues que a su juicio ella iba a dar a la Revolución un carácter de atrocidad y de impiedad".
En un gesto que lo ennoblece, Ocampo se negó a cometer tamaño crimen y dispuso el traslado de los presos a Buenos Aires, pero enterado de ello el secretario Mariano Moreno se indignó de tal manera, que logró que fuese destituido y que se enviase al vocal Juan José Castelli a cumplir la orden. Es bien sabido que Castelli hizo fusilar por medio de un piquete de soldados ingleses a Gutiérrez de la Concha, Liniers, Allende, Moreno y Rodríguez. El obispo Orellana salvó su vida gracias a su investidura religiosa y fue enviado prisionero a Luján.

La mezcla de consternación y repulsa que tan cruel disposición causó en el ánimo de los cordobeses difícilmente pueda ser expresada. Al igual que en la Revolución Francesa, el terror comenzaba a prevalecer entre nosotros, cobrando sus primeras e inútiles víctimas en las personas de cinco ilustres y respetados ciudadanos, uno de ellos héroe de las Invasiones Inglesas.

Cuenta la tradición que en la corteza de un árbol aparecieron escritos los apellidos de los cinco ajusticiados y del obispo, formando con sus iniciales la palabra "Clamor" (Concha, Liniers, Allende, Moreno, Orellana y Rodríguez), expresión del sentimiento que despertó tamaña ferocidad.

La revolución se impuso pues en Córdoba a sangre y fuego, pero lejos de arraigar en el corazón de nuestros antepasados, generaba en su ánimo fundadas reservas. El ejército porteño, que ocupaba las instalaciones del Monserrat, procedió a destituir a los miembros del cabildo y el 15 de agosto hizo asumir como gobernador al coronel Juan Martín de Pueyrredón, designado por la Junta.

El desagrado cundió hasta entre los más entusiastas partidarios de la revolución. Ambrosio Funes, hermano del deán y junto a él los dos únicos cordobeses que la apoyaban, escribía a doña Margarita de Melo en estos términos: "¿Hasta cuándo quieren ser bulliciosos esos porteños? De modo que de guapos sólo se quieren pasar y ahora también se les pone venir a conquistar cordobeses...".
Por Prudencio Bustos Argañaraz (Especial)



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