Es así que sale de Santa Catalina, donde desembarcara con sus acompañantes,
soldados, frailes, hombres de servicio, indios amigos, con todo el habitual
cargamento de armas, caballos, vituallas, etc., propios de estas
empresas. Y lo hace por tierra. El océano y las carabelas
quedaban atrás. Por tierra como en la primera ocasión, generalmente
a pie por lo cerrado y abrupto de las sendas y el itinerario a recorrer.
Aún en nuestros días, cuando el hombre ya dejó su huella en las selvas
llamadas vírgenes, resulta dramática una travesía en la espesura, con mil
acechanzas, alimañas, insectos, fieras, temperaturas, lluvias. Imaginemos
lo dantesco del esfuerzo. Y fue entonces cuando como si descorriera
de pronto un mítico telón, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, con lógico
deslumbramiento se encuentra frente al gigantesco milagro de las Cataratas del
Iguazú, y nos da, personalmente, las primeras noticias sobre ellas.
Pero es útil que recurramos a la versión directa del acontecimiento, que
hallamos en la segunda parte de su ya citada Memoria de los sucesos que le tocó
vivir en Indias, y que conocemos bajo el título original de “Naufragios y
Comentarios”.
En el capítulo XI, consigna: “De cómo el Gobernador caminó con canoas por
el río Iguazú y por salvar un mal paso de un salto que el río hacía, llevó por
tierra las canoas una legua a fuerza de brazos”. Y luego el relato:
“A postrero día del dicho mes de enero, yendo caminando por la tierra y
provincia, llegaron a un río que se llama Iguazú, y antes de llegar al río
anduvieron ocho jornadas de tierra despoblada, sin hallar ningún lugar poblado
de indios. Este río Iguazú es el primer río que pasaron al principio
de la jornada cuando salieron de la costa del Brasil. Llámase
también por aquella parte Iguazú; corre del esteoeste; en él no hay poblado
ninguno; tomose el altura en veinte y cinco grados y medio. Llegados
que fueron al río de Iguazú, fue informado de los indios naturales que el dicho
río entra en el río del Paraná, que asimismo se llama río de la Plata; que
entre río del Paraná y el río de Iguazú mataron los indios a los portugueses
que Martín Alonso de Sosa envió a descubrir aquella tierra; al mismo tiempo que
pasaron el río en canoas, dieron los indios en ellos y los mataron. Algunos
de estos indios de la ribera del Paraná, que ansí mataron a los portugueses, le
avisaron al Gobernador que los indios del río Piquerí, que era mala gente,
enemigos nuestros, y que les estaban aguardando para acometerlos y matarlos en
el paso del río, que por esta causa acordó el Gobernador, sobre acuerdo, de
tomar y asegurar por dos partes el río, yendo él con parte de su gente en
canoas por el río Iguazú abajo y salirse a poner en el río del Paraná y por la
otra parte fuese el resto de la gente y caballos por tierra, y se pusiesen y
confrontasen con la otra parte del río, para poner temor a los indios y pasar
en las canoas toda la gente; lo cual fue así puesto en efecto; y en ciertas
canoas que compró a los indios de la tierra se embarcó el Gobernador con hasta
ochenta hombres, y así se partieron por el río Iguazú abajo, y el resto de la
gente y caballos mandó que fuesen por tierra, según esta dicho, y que todos se
fuesen a juntar en el río del Paraná. Y yendo por dicho río de
Iguazú abajo era la corriente tan grande que corrían las canoas por él con
mucha furia; y esto causólo que muy cerca de donde se embarcó da el río un
salto por unas peñas muy altas, y da el agua en lo bajo de la tierra tan gran
golpe que de muy lejos se oye, y la espuma el agua como cae con tanta fuerza,
sube en salto dos lanzas y más, por manera que fue necesario salir de las
canoas y sacarlas del agua y llevarlas por tierra hasta pasar el sitio, y a
fuerza de brazos las llevaron más de media legua en que se pasaron muy grandes
trabajos”. Y prosigue: “salvado aquel mal paso, volvieron a meter en
el agua las dichas canoas y proseguir su viaje; y fueron por el dicho río abajo
hasta que llegaron al río del Paraná; y fue Dios servido que la gente y caballos
que iban por tierra, y las canoas y gente, con el Gobernador que en ellas iban,
llegaron todos a un tiempo, y en la ribera del río estaban muy gran número de
indios de la misma generación de los guaraníes, todos muy emplumados con plumas
de papagayos y almagrados, pintados de muchas maneras y colores, y con sus
arcos y flechas en las manos hecho un escuadrón de ellos, que era muy gran
placer de los ver. Como el Gobernador y su gente (de la forma ya
dicha), pusieron mucho temor a los indios, y estuvieron muy confusos, y comenzó
por lenguas de los intérpretes a les hablar, y a derramar entre los principales
de ellos muy grandes rescates; y como fuese gente muy codiciosa y amiga de
novedades, comenzaron a sosegar y allegarse al Gobernador y su gente, y muchos
de los indios les ayudaron a pasar de la otra parte del río; y como hubieren
pasado mandó el Gobernador que de las canoas se hiciesen balsas juntándolas de
dos en dos; las cuales hechas, en espacio de dos horas fue pasada toda la gente
y caballos de la otra parte del río; con concordia de los naturales,
ayudándoles ellos propios a los pasar. Este río del Paraná, por la
parte que lo pasaron, era de ancho un gran tiro de ballesta, es muy hondable y
lleva muy gran corriente, y al pasar del río se trastornó una canoa con ciertos
cristianos, uno de los cuales se ahogó porque la corriente lo llevó, que nunca
más apareció. Hace este río muy grandes remolinos, con la fuerza del
agua y gran hondura de él”.
Así, con el típico detallismo y estilo de la época, vivimos el
episodio. Félix de Azara establece que el hecho ocurrió el 1º de
febrero, precisamente, de 1542.
Alvar Núñez Cabeza de Vaca proseguirá la lenta marcha hacia la Asunción, ya
por tierra, con el frondoso acompañamiento, sorteando duras jornadas. Y
llegaría a la colonial “fundadora de ciudades”, el 11 de marzo del citado año,
con un recibimiento auspicioso de las autoridades provisorias y
vecindario. Pero bien pronto el Adelantado debería afrontar
dificultades, odios, rencores, rencillas, aquellas mismas que había querido
prevenir la Capitulación suscripta por el Rey cuando lo designara. Pronto
habría una sorda guerra interna que desembocaría en su dura prisión. Cárcel,
cadenas, amenazas, exilio. Y con esto último, el regreso a España en
la sentina de una carabela, como un mísero que debía finalmente afrontar un
proceso incoado con intrigas y malquerencias. En ello igualó el
destino del Gran Almirante. Su vida, en detalle, merecería muchos capítulos
que nos darían la dimensión de su perfil verdadero, de su tesitura de soldado
de férrea conducta, pero al mismo tiempo, una calidad particular, obstinada,
valiente y temeraria. Es decir, un verdadero capitán de la
Conquista. Pero todo eso es ya otra historia. Nos movió
su paso accidental por las tierras de la actual provincia de Misiones. Ese
paso que lo llevó al descubrimiento de las Cataratas, únicas en su grandeza
universal.
Y quizá esa fortuita circunstancia sirva para agregar a tanta belleza el
sello romancesco que puso sin saberlo el Adelantado con su inopinada presencia,
en un primer día de febrero del ya lejano año de Señor de 1542.
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