miércoles, 11 de septiembre de 2013

La pampa de memoria. William H. Hudson – Parte 1


En la Inglaterra victoriana y casi a los ochenta años, William Henry Hudson recuerda que en las pampas bonaerenses fue Guillermo Enrique. Y lo escribe. A mediados de los años veinte, algunos escritores argentinos se acuerdan de este paisano que emigró joven y descubren una inquietante obra completa que parece gaucha pero está en inglés. Fue necesario que nos visitara el poeta indio Tagore y preguntara a sus anfitriones de la revista Sur qué más podía leer de uno de sus autores preferidos para que, avergonzados por el olvido, se propusieran recuperarlo. Así, durante las próximas tres décadas aparecerán prólogos, artículos y libros sobre William y sobre Guillermo, según lo que busquen cifrar en ese nombre que bien leído podría significar la patria.

Entusiasmados, los comentaristas ensayan aposiciones más o menos reveladoras como gigante pampeano, naturalista sapientísimo, viejo comedor de caracú, hijo pródigo, el más criollo de los escritores nacidos a orillas del Plata, británico y también hombre de nuestra llanura, verdadero sentidor de la pampa, escritor inglés, gaucho desprovisto de todo aditamento y ornato puramente externos, angloargentino, autodidacta, nómade contemplativo, intérprete romántico del Nuevo Mundo, inglés chascomusero y hombre de ciencia universal, viajero empedernido, primer lector argentino de "El origen de las especies", romántico inveterado, y barbecho de viñas nórdicas regado con el agua de la pampa. (1)

Aunque algunos se reúnen en la Asociación Amigos de Hudson y otros, como Astrada, los acusan de panegiristas rastacueros, todos intentan encontrar en la biografía señales para entender la obra. ¿Es argentino o inglés?, ¿Científico o poeta?, ¿Naturalista o escritor?

La patria en la lengua

Que la lengua contiene la patria y que la patria se dice en la lengua son fórmulas repetidas hasta que escandalosas convivencias de dichos pamperos y ruiseñores británicos vienen a impugnarlas. Guillermo Ara hace el patriótico esfuerzo de encontrar en la prosa inglesa de Hudson los ecos gauchescos de algunos giros. (2) Por ejemplo, My faults are more numerous that the spots on the wild cat podría ser frase que un Martín Fierro hubiera dicho como Tengo más vicios que manchas el gato salvaje, para más tarde exclamar algo así como Madrecita de mi alma! o Little mother of my soul!

Para sus lectores británicos, Hudson fue un exotismo dentro de lo exótico de la literatura de lejanías ya que, más cerca que las pampas, les eran las áfricas que colonizaban con mayor contundencia. Sin embargo, las llanuras recorridas a caballo por esos hombres barbados y contadas en la voz del imperio mechada por palabras de cándida extranjería, bastaron para reconocer en William Henry un escritor compatriota que recibió, pese a la resistencia apuntada por sus biógrafos, una pensión de la corona.

Pero, ay de las erratas; nuestro pampeanísimo autor parece decir maté a la sagrada infusión que ya no toma y pechicho a los cuzcos que se le cruzan. Aunque Ara lo vuelve a salvar de lo que Hudson no se hubiera avergonzado señalando que, con toda probabilidad, el error provenga de los editores ingleses. Y para librarnos de toda duda, Fernando Pozzo se cartea con Robert Cunninghame Graham -Don Roberto de tanto andar por estos parajes- y confirma que su amigo era un gaucho de viejo cuño encolumnado en una lista de genios que incluye a Dante, Shakespeare, Cervantes y Conrad.


(1). En orden de enumeración (ver bibliografía): Lucilo Oriz, Fernando Pozzo, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Velázquez, Enrique Espinoza, Alicia Jurado, Luis Franco, Carlos Astrada, Antonio Gallo, Haydée Jofre Barroso, Juan Azcoaga, Jorge Casares, Hugo Manning, Jorge L. Borges, Jorge Pickenhayn, Julio Orioni y Fernando Rocchi, Newton Freitas, Angélica Mendoza.

(2). Hudson, W. H.: Días de ocio en la Patagonia, AGEPE, Bs.As., 1956, pág.122.

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