lunes, 24 de junio de 2013

La traición de John Halsted Coe - parte 4


Es sancionada la Constitución Federal

Ya se había sancionado en Santa Fe la Constitución Nacional y el 25 de ese mes de mayo Urquiza decretó que se tuviera por ley fundamental “en todo el territorio de la Confederación Argentina la Constitución Federal sancionada por el Congreso Constituyente el día primero del presente mes de mayo”.  La prudencia aconsejada por el Congreso había obligado a Lagos a mantenerse relativamente inactivo para posibilitar un entendimiento pacífico con Buenos Aires, a fin de que éste ingresara en la órbita de la Confederación.

Comienza la traición

Empero, el 18 de junio el paylevot “Rayo” y un bergantín de la escuadra confederada se pasan a Buenos Aires.  Y dos días más tarde el resto de los buques, con Coe a la cabeza, entran al puerto abandonando la causa de la Confederación.  ¿Qué había ocurrido? ¿Es que John Halsted Coe había abrazado la causa porteña?  Suponerlo sería hacerle demasiado honor.  En realidad, el mercenario había aceptado el ofrecimiento formulado por el gobierno de la ciudad, equivalente a dos millones de pesos, curiosamente la misma cantidad votada días antes por la Legislatura porteña.  Su antigua vocación de corsario había aflorado ante la seducción del oro.  ¿Y quién dispuso que se le hiciera llegar a Coe el dinero de la traición?  Pues nada menos que el general José María Paz, el mismo que había encarecido poco antes la gloria de quienes no traicionan “por un puñado de oro las nobles aspiraciones de guerrero….”.

Este hecho, “uno de los más viles que registra la historia política y militar argentina” (José L. Busaniche), fue consumado casi públicamente.  Con los dos millones de pesos papel emitidos por el gobierno de Buenos Aires, un emisario porteño viajó a Montevideo para comprar las onzas de oro exigidas por Coe para ejecutar su traición.  El mercenario no quería dinero en papel sino en sonoras y contantes onzas….  “El negocio se redondeó por la suma de cinco mil onzas de oro.  El día 20 de junio Coe envió en el “Enigma” al comandante Turner para comunicarle al gobierno de la plaza que ponía a sus órdenes toda la escuadra, como en efecto la puso, entrando a balizas interiores los vapores “Correo”, “Merced” y “Constitución” y los barcos de vela “Maipú” y “Once de Setiembre”.  Multitud de funcionarios públicos y grandes grupos de curiosos presenciaron esta victoria del dinero sobre el frágil decoro de los oficiales extranjeros, mientras que los jefes inmediatos de esos barcos, señores Mariano, Bartolomé y José María Cordero, Augusto Laserre, Santiago Maurice y otros, después de inútil resistencia, hacían uso de sus armas para defender sus vidas y alejarse de esos barcos donde habían combatido con honor….” (Adolfo Saldías).

Los marinos argentinos que servían a la Confederación se alejaron con repugnancia de ese sucio negociado, que ignoraron hasta que su beneficiario lo llevó a cabo.  Ellos salvaron el honor de la incipiente armada nacional, mientras Coe, al día siguiente de haber entregado los buques que le confiara Urquiza, pasaba a la corbeta norteamericana “Jamestown” –con un pesado y valioso equipaje, indudablemente-, que lo trasladaría a su país natal.

Los baúles infernales

Días antes, había ocurrido un extraño episodio.  El 7 de junio Coe había recibido en el buque insignia dos baúles, de común apariencia, acompañados por una carta firmada por Bernardo G. Balcarce, su cuñado.  Pero dichos baúles contenían pólvora y un mecanismo de mechas fosfóricas: en una palabra, se trataba de una “máquina infernal” que no explotó por pura casualidad….  Al informar  de este hecho a Urquiza el marino yanqui aseguraba que de haber funcionado el aparato “no sólo habría volado el buque “Correo” con todo cuanto tiene y su tripulación, sino que igual suerte habrían tenido todos los buques que están cercanos”.

¿Quién envió a Coe la máquina infernal días antes de su traición?  Balcarce negó terminantemente haber firmado la carta que acompañaba el peligroso presente: “V. sabe, estimado pariente, –le escribía en una carta que el 26 de junio hizo pública “El Nacional”- a quién fue confiada la misión de entenderse con V. sobre la devolución de nuestra escuadra.  Yo estaba en los pormenores de todo y también de la decisión de V. de ponerse a las órdenes del Gobierno con toda ella.  Esta firme resolución de V. data desde más de un mes a esta parte…”  Por consiguiente, Balcarce nada tuvo que ver con los baúles explosivos.  ¿Quién entonces?  La prensa porteña acusó a Urquiza de haber sido el autor de la maquinación para deshacerse de Coe, de quien ya desconfiaría.  Pero  ¿no hubiera sido mucho más sencillo y seguro para Urquiza, si ya no confiaba en su almirante, destituirlo, hacerlo detener o mandarlo llamar, sin necesidad de apelar a un recurso tan rocambolesco como el de la caja explosiva?  Nos inclinamos a creer que este episodio fue un invento del propio Coe para justificar una traición que, según acredita la carta de su pariente, llevaba ya un mes de tramitaciones.  Aunque tampoco sería caviloso pensar que algunos nada escrupulosos defensores de Buenos Aires pudieron haber recurrido a ese extremo para terminar con un bloqueo que ya resultaba asfixiante.  Ya lo había dicho por medio de su prensa: “La dominación del río importa el triunfo completo sobre el enemigo…”  Al fin de cuentas, el crimen político era para algunos porteños un recurso de guerra perfectamente legítimo: ¿el hijo de Valentín Alsina no se había juramentado para asesinar a Urquiza en la logia Juan-Juan?  ¿No eran estos mismos viejos unitarios, dueños ahora del poder porteño, los que diez años antes, en Montevideo, habían aplaudido a Rivera Indarte al mandar éste una máquina infernal a Rosas, que tampoco estalló?  ¿No aprobarían en 1856 la inicua matanza de Villamayor?  ¿O el asesinato de Virasoro en San Juan?  ¿Y el del Chacho en La Rioja, en 1863?.

Pasiones al rojo vivo, excesos de una época y de unos hechos que el país vería llegar, después, tantas veces, con otros nombres….  Pero este oscuro asunto de los baúles infernales, recibidos o no por Coe, nos interesa porque dio motivo a una orden del día, fechada el 15 de junio por Urquiza, que resulta casi cómica: “Un nuevo crimen, alevoso y atroz, ha sido cometido por nuestros enemigos.  Pero abortado como todos los que han perpetrado para vencernos, solo ha servido para poner en su frente el sello de la infamia.  En sus innobles y torpes intrigas, como en los campos de batalla, no encuentran sino derrotas y vergüenza.  Lograron poner a bordo de nuestra Escuadra una máquina infernal, destinada a hacer volar los buques nacionales, y matar alevosamente a los valientes marinos, a quienes no han podido ni corromper ni vencer….”.  Cinco días más tarde, el mercenario entregaba su flota a Buenos Aires…. Urquiza había vuelto a equivocarse.  Desgraciadamente para su país, ésa no era la primera vez.  Ni sería la última….

Años más tarde, en 1864, John Halsted Coe moría oscuramente en Buenos Aires.  Mitre ya era presidente y el nombre del traidor constituía solamente un recuerdo, tal vez un poco molesto, que no convenía refrescar….

Barroca, Jorge – La traición se llamaba Coe.
Efemérides -  Patricios de Vuelta de Obligado
Levene, Ricardo – Nociones de Historia Argentina.
Saldías, Adolfo – Un siglo de instituciones.
Todo es Historia – Año I, Nº 4, Agosto 1967.



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