lunes, 2 de julio de 2012

Manuel Quintana Y Bernardo De Irigoyen – parte 3



Rosario, capital de la República

A él, apoyado por numerosos legisladores, se debió el proyecto de declarar a Rosario capital de la República. El 1° de julio de 1867 tuvo entrada una iniciativa que contó con el ferviente apoyo de los vecinos de la ciudad que en pocos años se había convertido de incipiente villorrio en la más pujante urbe del interior de la República.
Quintana explicó los motivos por los cuales proponía una medida tan trascendente, que debía concretarse dos años después de sancionada la ley; y el gobierno provincial se apresuró a ofrecer el territorio requerido. La propuesta resultó triunfante en la Cámara baja, pero fracasó cuando la consideró el Congreso.

No se arredraron sus impulsores, y en 1868, cuando Quintana ocupaba ya la presidencia de Diputados, tomó la antorcha en el Senado el santafesino Joaquín Granel. Sabido es que la ley fue aprobada tres veces por el Parlamento, y tres veces resultó vetada, una por el presidente Mitre, a punto de acabar su mandato, y dos más por el primer mandatario Domingo Faustino Sarmiento.

Entre las intervenciones más notables de Quintana se cuentan la interpelación al ministro de Guerra y Marina, con motivo del fracaso militar frente a las trincheras de Curupaytí, durante la guerra con el Paraguay (22 septiembre de 1866), ocasión en que pidió de manera vibrante e incisiva que indicase la cantidad de fondos que se necesitaban para poner fin a aquella sangrienta lucha.
También la defensa de su proyecto de ley que establecía que las intervenciones federales a las provincias no debían realizarse sin la aprobación del Congreso. Su discurso, de alto contenido doctrinario, llevó tres sesiones. Aceptada la iniciativa por ambas cámaras, recibió el veto de Sarmiento.

En 1870 Quintana pasó a ocupar una banca en el Senado, en reemplazo de Valentín Alsina, que acababa de fallecer. Paralelamente, integró con Mitre y otras figuras notables del nacionalismo y el autonomismo la Convención convocada para analizar y poner en vigencia la nueva constitución de la provincia de Buenos Aires. Fue elegido presidente del cuerpo por gran cantidad de votos y le cupo una importante labor.

Carlos Ibarguren afirma en Estampas de argentinos, con relación a esa etapa de su existencia: “El doctor Quintana fue sin duda la personalidad más sobresaliente del Congreso Nacional en los primeros tiempos de su funcionamiento”. Y, en efecto, como se sentía por encima de las luchas partidistas, estaba dotado de una inteligencia superior y poseía convicciones muy firmes y claras sobre el modo de construir la Argentina, no aspiraba a gozar de las fervientes manifestaciones que recibían caudillos populares de la talla de Adolfo Alsina, sino, simplemente, gozar del respeto de sus colegas y de la satisfacción del deber cumplido. Tenía una novia ideal: la República, y la servía combatiendo con independencia en diferentes terrenos. Mientras actuaba en el Congreso ejercía el rectorado de la Universidad de Buenos Aires y el decanato de su Facultad de Derecho.

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