jueves, 15 de marzo de 2012

El hipódromo de los duelistas






No fue sino hasta que supe de la suerte trágica de Lucio V. López, mi gran héroe romántico, que encontré un encanto antiguo y siniestro a esa zona del bajo Belgrano que arranca por el bar Morrison, de Lidoro Quinteros, oscuro, refugio de parejas clandestinas, el ruido de la máquina de café tapa las conversaciones, y llega hasta el club River en Figueroa Alcorta. Allí funcionaba el antiguo hipódromo de Belgrano, arrasado por una tormenta en 1866, que destruyó la pista y la tribuna.
De todos los jóvenes del siglo victoriano que tomaron a Buenos Aires como epicentro de sus aventuras, Lucio V. López es el que más me deleita, y el hecho de sus amigos hayan sido los jóvenes Lucio V. Mansilla y Miguel Cané -unos D’Artagnan, Athos, Porthos y Aramis para mi imaginación afiebrada- no hace sino agregar más densidad mística a la historia. Pero además Lucio López, así me gusta llamarlo como si, con la sola omisión de una inicial lo estuviera sustrayendo de la muerte y el olvido para traerlo a nuestro propio tiempo, Lucio, decíamos, escribió ese librito autobiográfico moderno y modernista que se llama La gran aldea . Su narrador, un niño de entre nueve y doce años que aúna a su condición de huérfano y federal su inserción en una familia mitrista de Buenos Aires, no podría contener un pathos más sentimental. Adoptado por su tío Ramón, tan pobre como su padre muerto, y por su tía Medea, rica, unitaria y despótica, partidaria de Mitre, el niño crece en la Buenos Aires mitrista que venció al general Urquiza en Cepeda. Pero dejemos a este jovencito desdichado y volvamos a Lucio, el escritor.
En 1893, luego de ser nombrado interventor de la provincia de Buenos Aires, Lucio López denunció un negociado fraudulento del coronel Carlos Sarmiento, que no era pariente de Domingo Faustino. El coronel fue detenido en el departamento de policía provincial, pero luego de tres meses, por medio de una argucia legal, consiguió que lo absolvieran. Para celebrar su libertad, sus amigos le ofrecieron una cena en el restaurante Flobet de La Plata, donde Sarmiento, ensoberbecido por su triunfo y acicateado por sus amigos, insultó a Lucio. Como para rubricar el desafío, publicó una carta acusadora en el diario “La Prensa” que finalizó con otra provocación: un lacónico “Proceda”. De inmediato Lucio envió a sus padrinos. El militar Sarmiento, diestro en el manejo de armas y de injurias, aceptó el reto de inmediato. En el conciliábulo de rigor con sus colegas, los padrinos Mansilla y Beazley procuraron que el duelo no se llevara a cabo, o que se saldara con dos disparos al aire, o a “primera sangre”. Lucio jamás se había enfrentado a un duelo, pero insistió en que el reto fuera a muerte para salvaguardar su honor.
La noticia conmocionó a Buenos Aires. El 28 de diciembre, a las once de la mañana, varios carruajes condujeron a los duelistas, a familiares y algunos curiosos al terreno despejado del antiguo hipódromo. Los padrinos se reunieron en un corrillo, en un último intento por suspender el duelo, pero Lucio se negó. Los doctores Padilla y Decaud, vestidos de negro, esperaban circunspectos mientras el general Bosch, padrino de Sarmiento, midió los doce pasos reglamentarios. Lucio V. Mansilla revisó las pistolas Arzon elegidas. Ya eran las 11:10. Los contendientes, que nunca se habían visto, se miraron las caras y dispararon. Ambos quedaron ilesos y volvieron a cargar las pistolas. Después de la nueva descarga Lucio cayó al suelo. Los médicos diagnosticaron que el proyectil había perforado hígado, intestino y bazo. Murió a eso de la una de la madrugada en su casa de Callao 1852. Las circunstancias heroicas de su muerte lo llenaron de gloria: le dio la extremaunción el padre O’Gormann, hermano de Camila; lo despidieron Miguel Cané, Paul Groussac, Enrique Larreta, Carlos Pellegrini. Y aunque hasta el Club del Progreso lamentó su muerte, para los lectores de La gran aldea , que confundimos narrador y autor en aquellos primeros textos autobiográficos que fundaron nuestra nación, Lucio López va a seguir siendo el huérfano pobre y urquicista al que el destino introdujo en una próspera casa unitaria de Buenos Aires.
POR LAURA RAMOS
http://www.clarin.com/ciudades/hipodromo-duelistas_0_661733917.html

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