domingo, 11 de marzo de 2012

Dardo Rocha, El padre de La Plata - parte 1



El Dr. Juan José Dardo Rocha y Arana, nombre así inscripto en la Parroquia de San Nicolás de Bari, el querido Fundador de la Plata, Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Abuelo de la República, por haber sellado la Unidad Nacional y candidato a ser presidente de la Nación por el período 1886-1892, nació en la ciudad de Buenos Aires en Primavera (septiembre) del año 1838.

De bondadoso rostro, parecido al del Sabio Luis Pasteur (descubridor de la vacuna antirrábica) y de Papá Noel, ¡Qué cariño y respeto despertaba entre la gente que espontáneamente se le acercaba en sus visitas a la ciudad!. A la que llamó "LA NUEVA BUENOS AIRES" y que por ser un cuidadoso coleccionista, guardaba el primer boleto de tren hacia "su ciudad".

De porte inconfundible, mostró esmero en su aseo personal, habitual expresión paternal en la mirada y delicadeza en sus modales. Enseñó a hombres, jóvenes y viejos una lección de vida real, viviendo él la suya con la alegría interior del optimismo que acompañó la realización de sus proyectos, la materialización de sus sueños, la lucha implacable del "porteñismo", al que no le interesaba un ápice de La Plata y en toda su acción de literato, periodista, militar, jurisconsulto, gobernante, diplomático y sobre todo, Padre de familia.

Estudió con brillo en los claustros del Convento de San Francisco (donde funcionaba la Universidad) y empujado por su acendrado patriotismo suspendió momentáneamente sus cursos de derecho para combatir en las batallas que ocurrieron en los campos bonaerenses entre porteños y provincianos, los que prepararon en definitiva la Organización Nacional.

En estos momentos, batalló por su propia vida, manteniéndose a sí mismo y le fue posible revelarse como resuelto hombre de acción, ya que por ésta época el militar era un improvisado. Como abogado apareció en la escena pública desempeñándose como Oficial Mayor y luego como Subsecretario del Ministerio del Interior. Por su eficacia, rectitud y con la adhesión de sus amigos políticos, ocupó una banca en la legislatura porteña. Diputado entonces, estuvo rodeado de ciudadanos de mérito, quienes descubrieron en su ilustración y mesura al estadista maduro que años mas tarde se probó en las graves funciones del gobierno. Actuando con eficacia y rivalizando con otros políticos de su tiempo (dado a su versación polifacética en las cuestiones de gobierno y su innato patriotismo), alentado por su fe en los ideales políticos y la grandeza del país, fue un contrincante de fuste de la alta oratoria política, con palabra elocuente y lleno de sensatez en los debates parlamentarios donde los sagrados intereses nacionales estaban por encima de todas las contingencias personales o partidarias.

Dirigente autorizado de partido sin ser agitador, con su característica serenidad, era capaz de sentir fuertes y nobles pasiones en busca de la unidad. Elaboró trabajosamente la unidad espiritual de nuestro pueblo para llegar a la Organización Nacional y para poder tallar su trayectoria, libró ásperas peleas cívicas en la prensa, el congreso y en la tribuna popular.

En la Cámara Nacional cobró protagonismo y gravitación. Era un trabajador activísimo que vivía la preocupación constante del bien público. Participaba en las comisiones internas, en el recinto, abordaba diversos asuntos, además de dilucidar complejas cuestiones doctrinarias.

Como buen demócrata, la veracidad en el sufragio tuvo en él un franco iniciador para purificar el comicio y el voto libremente emitido, como única forma de garantizar el origen popular del gobierno y asegurar el orden social.

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