sábado, 25 de febrero de 2012

Epopeya de una nación mutilada - parte 3

Un lugar común del debate argentino consiste en contraponer a Tulio Halperín Donghi con Jorge Abelardo Ramos. No es así, si nos adentramos a un pequeño cotejo de la Historia de la Nación Latinoamericana de este último, con Historia contemporánea de América Latina , de Halperín. Las diferencias ya las sabemos y ambos las dijeron de sí mismos y del otro.
Halperín denominó historia satanizadora a la que hacía Scalabrini Ortiz al juzgar el papel de Inglaterra en las historias latinoamericanas. El mote sería aplicable a Ramos, pero dice Halperín de Bolívar: “A los veintiún años ya era un hombre íntimamente desesperado y pese a su aparente movilidad de carácter, este rasgo estaba destinado a durar”.

¿Es posible evitar siempre un sentido destinal en las cosas, como lo revela este juicio de Halperín, y al mismo tiempo, no es posible ver al Bolívar de Ramos en su propia congoja, “hablando de una nación latinoamericana pero fundando una provincia, Bolivia” o “parecía un espectro y toda su política se veía espectral”? Hay una “larga agonía” de las voluntades históricas de Ramos como una ironía de la historia, con suaves demonios que nunca logran lo que buscan, bajo la mordiente mirada de Halperín.

Historia de la Nación Latinoamericana es un libro trabajado con su rara erudición, sus delicias sediciosas y su incesante espíritu burlón, con el que traducía la dolorida cuestión de la “inconclusión” de la unidad entre naciones que postulaba Ramos.

La obra merece ahora un juicio más atento de los lectores actuales. Es un libro crucial, desordenado, hijo de una pasión y de un humor paradojal, que era la marca registrada de las más recordables invectivas de Ramos.

Dice del historiador boliviano Alcides Arguedas: “Se pasaba la vida en Cuilly, cerca de París; cortaba rosas de Francia por la mañana y redactaba dicterios contra los indios de su país por la tarde”. A un escritor así le gustaba el goce de vivir. Como gran esgrimista del ensayo político, su deleite y su agonía podía consistir en una buena estocada, dibujando un exacto arabesco en el aire.


Horacio González - Director de la Biblioteca Nacional
[Publicado en la Revista Ñ de Clarín]

No hay comentarios.:

Publicar un comentario