viernes, 17 de febrero de 2012

El Estadista Silencioso - parte 1


Una historiografía tuerta eleva –y con razón- la ley del voto secreto inspirada y sancionada por Roque Sáenz Peña y olvida a su vicepresidente, Victorino de la Plaza , que la hizo cumplir cuando su antecesor había muerto, por lo que debe adjudicársele como verdadero padre de la democracia argentina. Más aún, rechazó las reiteradas embestidas de los dirigentes políticos de su partido, con la frase expresada en muy baja voz y con los ojos entrecerrados: “seré fiel a la memoria de mi presidente muerto”.
Y así, el 12 de octubre de 1916, merced a su tenacidad y decisión, Hipólito Yrigoyen juró como presidente de la República , aunque nunca le hizo justicia a su antecesor, como tampoco se lo ha hecho el pueblo argentino.

Sin embargo, Victorino merece casi un desagravio nacional. Era un niño collar, huérfano de padre, que vendía descalzo en la plaza de su Salta natal las empanadas que su madre cocinaba con empeño, cuando logró ingresar en la escuela gratuita de San Francisco; luego Urquiza lo becó para proseguir estudios en el Colegio de Concepción del Uruguay, donde estudió con los que serían años más tarde dirigentes de la generación del ochenta. En los ratos libres lavaba la ropa de sus compañeros para obtener unas monedas hasta que logró emplearse en una escribanía. Se recibió con las mejores notas.

La vida de Victorino es una novela, en la que fue su propio protagonista. No supo de halagos y solamente conoció el esfuerzo y el trabajo desempeñado con responsabilidad y notable talento. Hablaba, leía y escribía numerosos idiomas-incluyendo latín-, y se decía que solamente el papa Pío IX lo aventajaba.

Cuando vino a Buenos Aires a estudiar derecho, obtuvo una pasantía en el estudio del doctor Vélez Sarsfield para ganarse la vida. En esos días el doctor Vélez iniciaba la redacción del Código Civil. Victorino fu su auxiliar más eficaz. No fue un simple amanuense, sino un colaborador. Ambos eran en extremo laboriosos e iniciaban su jornada a las cinco de la mañana.

Interrumpió sus estudios para participar en la dolorosa guerra del Paraguay. Intervino como artillero en numerosas batallas, recibió la medalla de plata en Estero Bellaco y los cordones de honor en Tuyutí. Fue ascendido a capitán y el ejército uruguayo lo nombró teniente honorario. Ascendido a capitán, debió regresar a Buenos Aires por haber contraído una enfermedad, que le impidió continuar en el frente de guerra.

Cuando se recibió de abogado, por sus altas notas fue eximido de pagar la costosa matrícula de la época, de lo contrario no hubiera podido obtener el diploma, según lo expresó años después.

Juan José Cresto

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