domingo, 25 de septiembre de 2011

El primer ferrocarril argentino - parte 3

En el pueblo de Flores la primera estación estaba situada a la altura de la calle La Paz (Caracas) en los terrenos pertenecientes a la señora Inés Indart de Dorrego. Cinco años después, por diferencias con los propietarios, se construyó una segunda estación, 250 metros más al oeste, a la altura de la calle Sud América (Artigas) en tierras adquiridas por la Municipalidad local a Ramón Romero.

Dejada atrás la estación Flores, y a la altura del kilómetro 9,983, finalizaba su recorrido. Allí se encontraba la Estación y Kiosco de la Floresta, entre las calles Esperanza (J. V. González) y otra sin nombre que se denominaría “de la Capilla” (Bahía Blanca), donde hoy está la Iglesia de la Candelaria.

Según los planos (1860) la estación Floresta era de madera y tenía, además, un tanque asentado sobre pilares que se utilizaba para aprovisionar de agua a las locomotoras en su viaje de regreso a la ciudad.

Según un plano general de planta, el otro tanque de agua estaba situado en la Estación del Parque, a metros de la salida del ramal, del lado derecho. El ferrocarril necesitaba agua filtrada para el uso de las locomotoras, porque el agua salobre de los pozos dañaba los caños de sus máquinas. Para ello se llevaron cañerías desde la costa del río de la Plata, a la altura del bajo de la Recoleta, frente a la quinta de Samuel B. Hale hasta la estación cabecera. Esta toma se considera la primera instalación de agua corriente en Buenos Aires.

El kiosco: Los primeros concesionarios fueron los señores Soldati y Margiani y abrió sus puertas el día del viaje inaugural, el 29 de agosto de 1857.

Se sirvió un refrigerio a los 200 pasajeros del “tren del horror”, agasajando de esta forma a las autoridades, a los visionarios, a las personas destacadas y a los periodistas que retrataron tan buen momento, ante la “mirada” de las dos locomotoras: “La Porteña” y “La Argentina”.

En tan importante emprendimiento ferroviario participaron el ingeniero Verger (preparó los primeros planos) y el ingeniero Mouillard (de origen francés, que niveló las zonas del camino y solucionó los cruces con arroyos, cañadas, etc.). Después apareció un nuevo contratista que terminó la obra, el ingeniero Guillermo Bragge (en algún plano aparece su firma), quien ya tenía la experiencia de haber construido la primera línea ferroviaria en Río de Janeiro.

El ferrocarril abrió nuevos caminos y resultó ser una etapa de cambios; trajo enormes beneficios sociales y económicos. Estos primeros años fueron decisivos para proyectar un nuevo país.


Susana Boragno

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