lunes, 1 de agosto de 2011

THORNE, “EL SORDO DE OBLIGADO” – parte 5


En diciembre del mismo año y comandando el bergantín goleta Patagones que sólo montaba dos cañones de a 12 y una coliza giratoria de a 18, Thorne se lanzó temerario contra el bergantín brasilero Pedro el Real de 16 cañones. En tal desigual combate Thorne recibió dos heridas graves y fue conducido prisionero a los calabozos de la fortaleza de Santa Cruz, de donde regresó a Buenos Aires cuando se hizo la paz con el Imperio.

Capitán en el año de 1830 y a bordo del Balcarce, comandante en 1832 de la goleta Martín García, hizo a fines de este año la campaña del Uruguay a bordo del bergantín Republicano. Siendo sargento mayor hizo la campaña a los desiertos del sur, y tócale remontar por la primera vez el río Colorado.

Desde entonces, puede decirse que su vida fue un continuo batallar, siempre al lado del cañón que era su arma favorita y con el cual parecía hubiese hecho el pacto de le recíproca fortaleza. Jefe de la artillería federal en casi todas las batallas de la guerra civil argentina, mereció ser encomiado por generales como Paz, quien no pudo menos que notar los estragos que Thorne hizo en sus filas. A Sauce Grande donde fue ascendido a coronel de artillería, Cagancha y Caaguazú, siguiéronse para el intrépido Thorne, Martín García, Vuelta de Obligado, Acevedo, Tonelero, San Lorenzo y el Quebracho; y en todas estas batallas su figura se destacó por los alientos poderosos con que imprimió heroísmo a la acción de los combatientes, y por los nobles entusiasmos con que ofrecía su vida a la bandera azul y blanca de los argentinos.

En su clase de coronel comandó la barca Julio en 1852; y en el año siguiente comandó en jefe la artillería del ejército del ejército con que el general Hilario Lagos asedió la ciudad de Buenos Aires.

Producidos los hechos que determinaron la separación de esta provincia de las demás argentinas, el coronel Thorne no quiso tomar armas en la lucha civil que se subsiguió.

Pobre, cubierto de cicatrices y de gloria, empezó a ganarse el sustento con su trabajo; que parece fuese esta la última prueba a que son sometidos los que en los mejores años de su vida no se dieron tiempo a pensar en sí mismos, porque vivieron del pensamiento en la patria a la cual vincularon su nombre.

La patria, o más propiamente, los gobiernos que siguieron, pagando tributo a los rencores tradicionales que tantas fuerzas malgastan y tantas injusticias perpetúan, fueron ingratos con el veterano inválido y casi indigente. Hasta su grado, conquistado en un campo de batalla, le desconocieron; y fue necesario que al correr del tiempo se sustituyeran a unos otros hombres para que le concedieran la mísera asignación correspondiente a teniente coronel de inválidos.

Thorne nunca se quejó. Su corazón de oro solía conmoverse cuando, por motivos militares o por informes que de él solicitaban, traía al recuerdo algunos hechos de armas que como Obligado, San Lorenzo y Quebracho lo llenaban de nobilísimo orgullo. Entonces, ya anciano, asomaban dos lágrimas a sus ojos. Eran lágrimas de un héroe empujadas por la sencillez de un niño.

La muerte le sobrevino el 1º de agosto de 1885. Murió como un justo, que sus hijos le cerraron piadosos los ojos, y tuvo amigos que lloraron sobre su tumba. En recompensa a sus méritos, el gobierno argentino dio el nombre de Thorne a una de las torpederas de la armada nacional.

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