miércoles, 31 de agosto de 2011

Lucio V. Mansilla, el dandi nacional - parte 1

A los diecisiete años, aprendiz de dandi, Lucio V. Mansilla fue enviado por sus padres a purgar un “pecadillo de cuenta” a la estancia de su tío y padrino Gervasio Rosas. El tío Gervasio era un domador de muchachos contumaces, y aquella estancia sobre el río Salado albergó en sus soledades a no pocos muchachos desterrados, como Bartolomé Mitre, en sus tiempos.

El “pecadillo de cuenta” del joven Mansilla fue un primer amor platónico que derivó en un rapto escandaloso. Y aunque en los corrillos de la Buenos Aires de 1849 no se hablaba sino de sus malas inclinaciones, no fueron unos amores que la prudencia no veía con buenos ojos la causa del viaje a la India en el que se embarcó poco después. Fue la lectura a hurtadillas de Jean-Jacques Rousseau: “Mi amigo, cuando uno es sobrino de don Juan Manuel de Rosas no lee El Contrato Social , si se ha de quedar en este país; o se va de él, si quiere leerlo con provecho”, le había dicho su padre al descubrirlo leyendo. ( Entre nos. Causeries de los jueves , Lucio V. Mansilla) Dos años más tarde, instalado en Londres luego de haber recorrido Asia, Africa y Europa, recibió la noticia, muy atrasada porque no había telégrafo y eran raros los vapores, de que Urquiza se había sublevado contra Rosas, el hermano de su madre Agustina, “la belleza de la Federación”. Federal y partidario de los caudillos provincianos (como lo nombra –lo bendice– mi padre), la noticia lo desconcertó y decidió regresar a Buenos Aires de sorpresa.

Tras pasar por el trámite de la ballenera, el carro, la subida a babucha, se dirigió a la casa paterna. La alegría que despertó en su familia fue tal que se mandó decir una misa en la iglesia de San Juan, y poco después comenzaron a arribar fuentes de dulces, cremas y pasteles con el mensaje criollo: “Que cómo está su merced; que se alegra mucho de la llegada del niño, y que aquí le manda esto por ser hecho por ella”. Mientras se dejaba agasajar, Lucio escuchaba las nuevas sobre el avance victorioso del “loco, traidor, salvaje unitario, Urquiza”. Su prima Manuelita y, sobre todo, su prima Catalina Ortiz de Rosas y Almada, con quien se casaría en 1853, lo encontraron muy chic, vestido a la última moda parisiense: sombrero de copa alta puntiagudo, levita muy larga y pantalón estrecho.
Pero ese aire de dandi afrancesado, del que se envanecía, no ocultaba su naturaleza criolla, de la que también se envanecía: “Era tan criollo como el Chacho”, decía. Por añadidura, su tío Juan Manuel se alegró de que su sobrino no hubiera vuelto “agringado”.


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