domingo, 3 de abril de 2011

La inteligencia británica en el Río de la Plata – parte 2


A este respecto viene a cuento una anécdota con dos protagonis¬tas singulares. Uno de ellos es el Dictador de Bolivia, el joven Coronel Germán Busch y su interlocutor, el célebre Embajador de Estados Unidos en Buenos Aires en los días calientes de 1945, Spruille Braden, adversario de Perón. Diez años antes, en 1936, Braden era representante norteamericano en la Conferencia de Paz que debía poner fin a la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay.

Para tratar la frontera demarcatoria definitiva entre los dos países se reunió Braden con el Coronel Busch. He aquí el desenfadado y por momentos cínico relato que Braden publica en sus Memorias: "Mientras discutíamos los límites, le enseñé a Busch varios mapas del Chaco... todos malos e incompletos. Finalmente, le dije: "Usaremos el mejor mapa que disponemos" y saqué de mi cartera un mapa de Bolivia secreto y numerado por el Estado Mayor. Los ojos del Presidente se abrieron como platillos. Son¬riendo le dije: "Señor Presidente, no se sorprenda que tenga este mapa. Por supuesto fue robado de su Estado Mayor, pero no por mi persona. Se lo arrebaté a los argentinos". Esto era cierto literalmente. Este mapa resultó el mejor auxiliar durante la noche ".

La disputa del Chaco escondía un duelo entre la Standard Oil (norteamericana) y la Shell (angloholandesa). Lo más probable es que el Servicio Secreto Británico, que apoyaba al Paraguay y a la Shell con la complicidad argentina, hubiese robado del Estado Mayor boliviano dicho mapa y lo traspasara a la Argentina pro inglesa y pro paraguaya. Por su parte, el espionaje norteamericano (Standard Oil) le robó al Ejército argentino, según la confesión del embajador Braden. La afrenta de Braden al Presidente de Bolivia era moneda corriente. Los Estados latinoamericanos no tenían Inteligencia propia, ni nada propio, salvo su humillación (2).
Si la guerra de Malvinas que Inglaterra perdió, permitió al país recobrar un orgullo nacional y una repulsión al imperialismo que parecían extinguidos para siempre, no han sido extraídas hasta hoy las lecciones que se desprenden de aquellos días heroicos. Por el contrario, algunos jefes militares argentinos han resultado víctimas de la campaña de "desmalvinización" que sucedió a la caída de Puerto Argentino. Resultado funesto, si se parte del principio de que la defensa nacional es insostenible si el núcleo espiritual básico de un país, que es la conciencia nacional, es vacilante, insegura y duda de sí misma.

Iniciar y consumar la recuperación de las Malvinas fue una victoria política y estratégica en sí misma (ya que rompió la inmovilidad de un siglo y medio) y la rendición de Puerto Argen¬tino constituyó una derrota táctica, pero que no alteró el significa¬do global de la guerra y su positivo valor histórico. Justamente la idea de que la guerra fue perdida es la que manipula el Servicio Secreto Británico y los "partidos políticos de la rendición incondi¬cional", que parasitan en la Argentina.

La victoria consistió en poner de pie al pueblo de América Latina, en una admirable resurrección del espíritu revolucionario, desvanecido desde los tiempos de San Martín. Que la Argentina haya combatido con fuego y acero a la formidable flota coaligada de las potencias anglo-sajonas, en un combate que estuvimos a punto de ganar; que el bondadoso rostro de la democracia británica haya sido desnudado por la lógica de la guerra y se descubriera a los ojos del mundo la perversa y corrompida fisonomía de Dorian Gray; en fin, que la Doctrina Monroe y el presidente Reagan, el TIAR y la presunta "solidaridad hemisférica" ante una agresión extra-americana hayan quedado reducidas al valor de un papel mojado y los héroes argentinos exhibiesen al Occidente en su intrínseca falsedad, eso se llamaría ganar una guerra por sí, por lo demás, la Argentina no la hubiese ganado en la propia alma de sus Fuerzas Armadas.

Hay que recordar que desde 1955 los militares argentinos habían sido seducidos por la mafia de la oligarquía financiera "democrática", en nombre de Occidente. Se habían tragado como angelitos desde 1976 la fábula de la "seguridad nacional", en tanto Martínez de Hoz amasaba la formidable deuda externa que hoy quita el pan de la boca a soldados, oficiales y trabajadores.
Pero cuando esas mismas Fuerzas Armadas ocuparon las Malvinas en 1982, la mafia bancaria de Martínez de Hoz y la partidocracia encabezada por Alfonsín se alejaron rápidamente de los militares, que habían adulado hasta ese preciso momento. Ese giro de la historia también hizo mudar la actitud de los oficiales. ¿Habrá algún oficial argentino que a tres años de la guerra de Malvinas tome en serio una sola palabra procedente de Occidente, de su cristiandad monetizada, de su democracia falsificada, de su civilización empapada en sangre? No lo creo. Pues así se gana una guerra, con la redefinición del enemigo, si esa guerra es una guerra por la independencia nacional. Tal fue el milagro purificador del 2 de abril.

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