lunes, 22 de noviembre de 2010

La Vuelta de Obligado – parte 2


Fue para esa época, 1838, cuando Francia da comienzo a su primer bloqueo contra nuestro país. También por motivos insignificantes e injustificados, como el apresamiento de algún francés incurso en delitos comunes; el servicio de milicias que otros extranjeros prestaban sin inconvenientes, originó una insolente reclamación del vicecónsul en Buenos Aires, Aimé Roger. El gobierno de la Confederación desestimó el apremiante “ultimátum” del funcionario, desconociéndole personería, por no ser diplomático. El funcionario se ve obligado a pedir sus pasaportes.

Llega enseguida la poderosa escuadra y el francés escribe, ya desde México, a su país: nada mejor que “infligir a la invencible Buenos Aires un castigo ejemplar que será una lección saludable a todos los demás estados americanos. La partida está empeñada y toda la América abre los ojos: corresponde a Francia hacerse conocer si quiere que se la respete”.
Pero en el Plata no se repitió la hazaña de San Juan de Ulúa. A pesar de algunos unitarios en el exilio, la mayoría de ellos repudió el bloqueo y el pueblo estrechó filas en torno al gobierno, en la emergencia. La gran potencia europea resigna sus pretensiones y se firma el tratado Mackau-Arana, verdadero triunfo del gobierno de Buenos Aires.

El tratado Mackau-Arana de 1840 dejó con la sangre en el ojo tanto a franceses como a unitarios, mientras el imperio del Brasil recelaba ante el poderío creciente de la Confederación Argentina. Por ese se envió a Londres la misión del vizconde de Abrantes, a solicitar la intervención anglo-francesa, junto con el Brasil, naturalmente, para derrocar a Rosas. Pero las grandes potencias no querían compartir ventajas con ninguna nación sudamericana, pues a su política le convenía la balcanización del continente.
A parecidas razones se debe el fracaso de la gestión llevada a cabo por Florencio Varela, quien entrevistó a lord Aberdeen y le propuso la independencia de Entre Ríos y Corrientes, a cambio de un ejército para derrocar al dictador.
La ambición de conquistas territoriales de las potencias europeas era insaciable, y además, tanto Francia como Inglaterra, acababan de sufrir un rudo golpe en su prestigio. Estados Unidos acababa de anexarse el estado mejicano de Texas, a pesar de que las dos naciones europeas habían respaldado a Méjico para impedir el despojo. Tanto ingleses como franceses necesitaban un éxito militar para rehabilitarse. El Río de la Plata se presentaba como el pavo de la boda.

Las sugestiones del vizconde de Abrantes, por un lado, y las seductoras informaciones de Florencio Varela, por el otro, despertaron el apetito siempre latente de los imperialismos. La creación de nuevos pequeños estados coincidía, además, con la conveniencia de las potencias: subdividiendo a las naciones recién emancipadas, les resultaría fácil controlarlas política y económicamente.
La causa de la humanidad
El objetivo comercial, principal finalidad de esta empresa, se concretaba con la libre navegación de sus barcos por nuestros ríos interiores, pero resultaba necesario ofrecer para consumo externo, en aquella época de auge del romanticismo, una motivación simpática, capaz de despertar favorables resonancias en el ámbito popular.

Entonces, en base a las noveladas “tablas de sangre” de José Rivera Indarte, y al periodismo truculento de Montevideo, que presentaban a Rosas como un monstruo ávido de sangre, se montó una estructura de propaganda para justificar la intervención anglo-francesa en los asuntos del Río de la Plata por razones elementales de humanidad. No se podía permanecer indiferente ante los padecimientos de los habitantes de Buenos Aires y ante el peligro de que Montevideo cayera a su vez en manos de Oribe, lugarteniente de Rosas.
Vibrantes debates parlamentarios, sobre todo en la cámara francesa, dieron estado internacional al grave problema. Ante la prudencia especulativa de Guizot, el jefe de la oposición, Thiers, produjo uno de sus demagógicos discursos de siempre. “Montevideo es una colonia francesa, –expresa Thiers- en Montevideo el terreno es excelente, variado, regado. En Buenos Aires empiezan esas vastas llanuras llamadas pampas dono es muy difícil el cultivo”. Habla a continuación directamente de Rosas, “hombre tan célebre por sus crueldades que su barbarie excede a todo lo que podría deciros… ha fusilado sin juicio, que es el modo más humano de conducirse en ese país, porque habitualmente se degüella… se ponen juntos hombres y mujeres entre tablas y se los asierra… Rosas ha colocado cabezas humanas en los mercados donde habitualmente se expenden las cabezas de los animales”. El objetivo estaba cumplido. Invocando “la causa de la humanidad” Francia emprendía por segunda vez una aventura bélica en el Río de la Plata.

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