martes, 17 de noviembre de 2009

Reflexiones sobre la existencia de una sensibilidad argentina - parte 2

De Pedro Juan Vignale, escritor

La meditación de la encuesta de Martín Fierro me ha torturado el espíritu. Me encuentro más solo; completamente desorientado. Por todas adivino ciudades improvisadas como acampados de circo. No existen los árboles milenarios. Somos un pueblo que no tuvo aristocracia. Nuestras pampas están despobladas de hombres y de mitos; si existen los primeros se cobijan bajo ranchos deleznables: no hay castillos. En nuestras construcciones no se han empleado piedras: todo es ladrillos y cemento inglés o noruego…

Jamás nos ha trastornado ninguna fe religiosa: ni somos ateos ni creyentes; en nosotros todo es indiferencia. Si hemos ido a la guerra fue por razones políticas: nunca una causa sentimental nos hizo disparar un máuser.

Nos hemos visto pequeños: apresuramos por todos los medios de elevarnos. Lo hicimos, pero en un solo sentido: económico. Intelectualmente somos Francia, somos Italia, Alemania o Inglaterra. Nos falta sacrificar a nuestras multitudes como lo hacían los emperadores romanos o, mejor, las dinastías de los faraones. Hay que construir carreteras costosas; pirámides donde mueran cien hombres diarios; puentes maravillosos; catedrales que sean un monumento de fe y de sacrificios; provocar diez revoluciones románticas porque sí, con fusilamientos y deportaciones; luchar por la imposición de un Dios nuestro, auténtico, y, dentro de unas centurias, nuestra varia y cosmopolita sensibilidad de hoy comenzará a dibujarse única, como las caderas de una mujer adolescente.

Del Dr. Ricardo Rojas, escritor

En mis libros intitulados Blasón de Platón, Los Arquetipos, Argentinidad, La restauración nacionalista, El país de la Selva, Historia de la literatura, y Eurindia, hay una anticipada contestación a la encuesta de Martín Fierro sobre el alma argentina. Con una definición no podría responderles. Estilizar a un pueblo en las líneas de tres adjetivos me parece algo convencional, como todo estilizamiento. El alma de la raza se siente, no se define. Es útil, sin embargo, querer definirla, porque ello obliga a meditar sobre aquel gran misterio que es el etnos de una nación.

Del Dr. Mariano A. Barrenecha, escritor

Tengo el agrado de contestar a las preguntas de Martín Fierro, y lo hago limitándome a emitir mi opinión, sin agregar razones ni comentarios, ya que los mismos me llevarían muy lejos por tratarse de una cuestión extraordinariamente compleja, que no puede dilucidarse en el corto espacio que el simpático periódico ofrece a sus colaboradores.

No creo que exista una sensibilidad ni una mentalidad argentina. Se ha llamado a nuestro país “crisol en que vienen a fundirse todas las razas”; pero no creo en semejante fusión; apenas se trata de una mezcla ligera y superficial. Carecemos de tradiciones étnicas y sociales; los esfuerzos por fundar un nacionalismo literario han parado, a mi modo de ver, en el ridículo; las diferencias de sensibilidad y de inteligencia entre nuestros escritores, jóvenes o viejos, de hoy de ayer, son profundísimas, y revelan siempre, casi sin excepción, influencias extranjeras, modos de ver y de sentir europeos. Todo esto es cuestión de destino histórico, y sobre lo cual se podrían hacer muy largos y substanciosos comentarios.

Del Dr. Oliverio Girondo, escritor

1º La primera pregunta es una simple “agachada” de Martín Fierro, puesto que Martín Fierro no puede dudar de la existencia de una mentalidad y de una sensibilidad argentinas.

Los caballeros de Garay, ¿no las adquirieron galopando por nuestras pampas?

Muy respetables podrán ser los íntimos motivos que se tengan para considerarse inferior a un caballo; personalmente no siento, sin embargo, escrúpulo alguno en confesar que opino lo contrario, basándome, ante todo, en que soy yo quien monta el caballo y no el caballo el que me monta a mí.

2º Intentar una respuesta a la segunda pregunta, presupone –no ya la jactanciosa inclinación de considerarse superior a un caballo, sino la de tenerse por el más extraordinario de los genios, desde que ninguno alcanzó a expresar, en su obra, “todas” las características de la mentalidad y de la sensibilidad de su pueblo.

Permítasenos, por consiguiente, humanizar la segunda pregunta hasta dejarle la amplitud necesaria como para no vernos obligados a contestarla: “Si cree usted en la existencia de una mentalidad y de una sensibilidad argentinas, ¿se animaría usted a definir alguna de sus características?”

Las obras, los hechos y la vida de Sarmiento, Hernández, Cambaceres, Wilde, Güemes, Roca,…están ahí para contestar; como estarán las nuestras –las obras de los mejores entre nosotros- sin que necesiten proponérselo, sin que tengan, siquiera, mayor conciencia de ello.

No caigamos, pues, en la tentación, a la vez, ingenua y pedantesca, de intentar clasificaciones cuyo dogmatismo tan solo sienta bien a la dogmática estupidez de los profesores. Los “martinfierristas” aman y respetan la vida y, por consiguiente, saben perfectamente bien que el único medio de que disponemos para captar –aunque sea fragmentariamente- ciertos aspectos de la realidad, es la intuición; intuición que sólo se logrará comunicar valiéndose de obras que la tengan por base.

Las características de una mentalidad no dependen, por otra parte, de que alguien las concrete y las especifique; así como el hipopótamo no necesita imprescindiblemente para vivir que se le describa en los tratados de zoología.

En el fondo de esta cuestión, por lo demás, existe un asunto previo personal, al que uno tiene que responder personalmente: Yo creo en nuestra idiosincrasia, porque en eso que llamo mi existencia y no necesito de ningún esfuerzo intelectual para contestar sus manifestaciones, que se evidencian, al menos para mí, hasta en el gesto con que me desabrocho los botines.

http://www.elhistoriador.com.ar

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