jueves, 8 de octubre de 2009

Sinceros y adulones


Juan Domingo Perón se ríe. Aprovechando su buen humor le formulo una pregunta delicada:


-¿Usted otorgó su autorización para designar con su nombre, y con el de Eva Perón, a provincias, ciudades, calles, etcétera? Y si no lo ordenó… ¿por qué lo admitió? ¿No lo considera usted, general, una especie de autohomenaje?

-Le voy a decir… El que está en el gobierno necesita desenvolverse entre una legión de hombres buenos, capaces, desinteresados y honestos… Pero ocurre con mucha frecuencia que uno se encuentra rodeado por una legión de alcahuetes que son todo lo contrario, y otra legión más de adulones a los cuales es necesario tolerar porque en política hace falta universalizar todas las cosas, ya que la sectarización es un proceso de debilitación y la debilidad política perjudica. Así que usted los necesita a todos: los buenos y los malos. De lo contrario se queda solamente con los buenos, que son muy poquitos… ¡Y en política con poquitos no se hace nada! Cuando se hicieron todas esas designaciones… bueno, a mí personalmente no me interesaban. Pero: ¿cómo iba a negárselo a toda esa gente? Tendría usted que pelearse con un montón de hombres y mujeres, con medio mundo… Y yo no soy amigo de pelearme ni dada de eso… Y al final ni me interesa que hayan puesto nombres o que los hayan borrado. Lo que interesa es lo que dejé. Que digan, que no digan de mí… le repito que no me interesa.


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