viernes, 9 de octubre de 2009

La muerte de Che Guevara - Versión de la CIA - parte 3

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Villoldo había hecho reservaciones en un vuelo del 26 de junio de Miami a Bolivia y, tras mucho cabildeo, consiguió permiso de búsqueda del ministro de Recursos Humanos de Bolivia, Franklin Anaya, ex embajador en La Habana y autor de un libro simpatizante con el régimen cubano, que actuaba como enlace boliviano con los antropólogos cubanos.

Hubo júbilo cuando se halló el segundo cuerpo, que estaba en el medio del grupo de tres, y se descubrió que no tenía manos. Las manos del Che habían sido amputadas tras su muerte como prueba de la misma.
Pero los restos del Che todavía tenían que ser oficialmente identificados por funcionarios del gobierno de Bolivia, para que pudieran ser liberados y llevados en avión a Cuba.
Y así, en la oscuridad de la noche del 5 de julio, una caravana de 10 vehículos hizo un viaje de cinco horas, una carrera de 150 millas a gran velocidad por traicioneros caminos de montaña, para transferir los restos a la capital provincial de Santa Cruz.


Luego, los restos sin manos fueron rápidamente identificados. Los dientes concordaban perfectamente con un molde plástico de los dientes del Che hecho en La Habana, antes de que saliera para el Congo, para que se le pudiera identificar en caso de morir en combate.
Y había un elemento adicional, que reveló al Herald Jaime Nino de Guzmán, que fue mayor del ejército boliviano y piloto de helicóptero en 1967 y que había visto vivo al Che como prisionero en La Higuera mientras transportaba oficiales y suministros.


Che tenía muy mal aspecto, recordaba Nino de Guzmán el mes pasado desde su casa de La Paz. ``Me dio pena, se veía tan terrible, que le di mi bolsita de tabaco importado para su pipa. Sonrió y me dio las gracias'', recordó el piloto en una entrevista telefónica.
Treinta años después, dijo Incháurregui, él estaba inspeccionado un chaleco azul desenterrado cerca de donde se habían encontrado los restos sin manos y encontró un pequeño bolsillo interno, casi escondido y aparentemente pasado por alto por los soldados que registraron el cuerpo del Che. Dentro tenía doblada una bolsita de picadura de tabaco.


Con todo, queda un misterio. La tumba donde los cubanos encontraron los otros siete restos no concuerda en detalles significativos con la tumba donde Villoldo dice que enterró al Che y a otros guerrilleros.
``No puedo explicarlo'', dijo. ``Ese fue el momento más importante de mi vida y puedo recordar detalles como si hubieran acabado de pasar aquí mismo. Y no juegan''.
Villoldo oyó sobre la captura del Che cuando estaba en un puesto avanzado de los Rangers en una aldea cercana. Villoldo se apresuró a ir a Vallegrande. Llegó el 9 de octubre, sólo dos horas antes de que el helicóptero con el cadáver del Che aterrizara en una pista de tierra repleta de centenares de periodistas y curiosos.


Al otro día, el 10 de octubre, altos jefes militares bolivianos y Villoldo se reunieron en el restaurante del único hotel de Vallegrande, el Hotel Teresita, de dos pisos, para discutir qué hacer con los restos del Che, recuerda.
Los comandos del ejército finalmente decidieron amputarle las manos al cadáver para identificación futura, y después enterrar el cuerpo en secreto. El jefe del ejército, el general Alfredo Ovando, asignó a Villoldo la ejecución de las órdenes. Los periodistas bolivianos retrataron a Villoldo mirando por encima de los hombros de los dos médicos que hicieron una rápida autopsia, y después de haberse ido la prensa, se le amputaron las manos al cadáver.


Fue entonces cuando Villoldo le cortó un mechón de la escasa cabellera, para dárselo a un boina verde de Estados Unidos que se lo pidió. Pero admitió con cierta renuencia que él se quedó con parte del mechón. Todavía tiene el mechón, pero no lo ha mostrado nunca en público.
Villoldo dice que le dieron un guardia de seguridad, un chofer para transportar el cadáver y otro chofer para la niveladora que se usaría para enterrarlo.
Durmió una siesta y despertó aproximadamente a la 1:45 a.m. y se dirigió a la lavandería del hospital. El cadáver del Che estaba encima de un lavadero de la lavandería. En el piso de tierra, a un par de pies de distancia, estaban los cadáveres de otros dos rebeldes.


Es el mismo escenario descrito por el piloto de helicópteros Nino de Guzmán y por Alberto Suazo, que en 1967, cuando era un joven reportero de United Press International, vio el cadáver del Che en el hospital, y recuerda haber visto otros tres o cuatro cadáveres de guerrilleros colocados en el patio, detrás del hospital, lo cual concuerda con el relato de Guzmán de haber transportado siete cadáveres.
Villoldo insiste en que él sólo vio los cadáveres del Che y de otros dos personas.



GUSTAVO VILLOLDO - Exiliado cubano y veterano de la CIA
http://www.conexioncubana.net/


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