RECHAZABAN LA DEMOCRACIA Y DESPRECIABAN AL PUEBLO EN GENERAL Y A LOS INMIGRANTES EN PARTICULAR
.... Eugenio Cambaceres en su libro En la sangre (1887), hace una verdadera descripción zoológica de los inmigrantes que comenzaban a poblar la Argentina. Julián Martel, haciéndose eco de las ideas de la derecha francesa, les echaba la culpa a los judíos por la crisis de 1890 (que tenía causantes y beneficiarios claramente criollos y de apellidos "patricios" occidentales y cristianos). El autor de Juvenilia, Miguel Cané, lanzó una campaña contra los "extranjeros indeseables" que culminaría en 1902 con la sanción de una nefasta ley de su autoría, la 4144 (Ley de Residencia), que permitía la expulsión de inmigrantes sin más trámite que una denuncia en su contra que lo sindicara como agitador social.
Pero además de la abundante tradición literaria, la tradición política de la oligarquía argentina previa a la Ley Sáenz Peña avalaba de hecho un pensamiento autoritario de derecha a través del fraude electoral, el desprecio por la voluntad y la opinión popular, la marginación del inmigrante, la persecución al gaucho para transformarlo en peón, el despojo de sus tierras y el asesinato en masa de los pueblos originarios y la represión sangrienta del movimiento obrero y de las rebeliones radicales.
El pensamiento nacionalista que rescataba y reclamaba el protagonismo del pensamiento católico reconocía en los militares la otra pata de los representantes del orden, la jerarquía y los valores occidentales y cristianos. Manifestaciones de aquel nacionalismo autoritario fueron la reacción del Centenario contra el movimiento huelguístico de 1910 o la Liga Patriótica surgida en 1919.
El poeta Leopoldo Lugones, que había pasado por el anarquismo y el socialismo, fue sistematizando los temas preferidos de la derecha argentina: la decadencia de la democracia, terminar con el sufragio universal, la descalificación de toda la clase política, la "necesaria" represión al movimiento obrero y la desconfianza y el desprecio hacia el pueblo en general y al inmigrante en particular. Lugones sabía que para lograr que se instalaran aquellas ideas que iban a contramano de la historia y de la voluntad popular hacía falta un cambio de régimen y ese cambio no vendría de las urnas sino de las espadas.
Decidió lanzar a viva voz la convocatoria al primer golpe de Estado del siglo XX en nuestro país. Fue en Lima, en ocasión de la conmemoración de los 100 años de la batalla de Ayacucho, aquella que puso fin a más de 300 años de dominación hispánica. Allí dijo el autor de La guerra gaucha: "Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada. Así como ésta hizo lo único enteramente logrado que tenemos hasta ahora, y es la independencia, hará el orden necesario, implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy, fatalmente derivada, porque ésa es su consecuencia natural, hacia la demagogia o el socialismo (...) El ejército es la última aristocracia". (2)
La gravedad de las palabras de Lugones serán el prólogo del nefasto golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 del que tendrá el "honor" de ser el redactor del comunicado oficial que firmó el golpista Uriburu, inaugurando un lamentable género literario argentino.
2. Leopoldo Lugones, "Antología", Ediciones culturales argentinas, 1971.
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