Al otro día se hizo presente el ministro Leopoldo Melo. Pretendía presentar las condolencias del gobierno. Melo alguna vez fue radical. O por lo menos eso fue lo que dijo. Alguna vez dijo compartir el ideario yrigoyenista. Eso sucedió hace muchos años. En ese momento era el colaborador de Justo. Melo llegó a la casa, pero no lo dejan pasar. La familia de Yrigoyen rechazó las condolencias oficiales. Melo se retiró acompañado por silbidos e insultos.
Una delegación de la juventud radical se hizo presente para pedirle a los dirigentes que el velorio se haga en Plaza de Mayo. No la escucharon. La conducción del radicalismo se había reunido en un comité del centro y ha organizado los detalles de la ceremonia fúnebre. Yrigoyen sería velado en su casa durante tres días. Delegaciones de todo el país llegaron a Buenos Aires. Desde Córdoba, el estanciero Barón Biza alquiló un tren para que los correligionarios viajen a la capital. El tren saldría envuelto en banderas radicales. A los costados de la locomotora se distinguía un retrato de don Hipólito y un escudo de la UCR.
El gobierno de Justo insiste en ningunear al jefe del radicalismo. No hay feriado y tampoco reconocimientos a la investidura. El diario La Prensa habló de la muerte del ex comisario de Balvanera. Ni una palabra sobre el presidente. Alfredo Palacios fue uno de los pocos políticos no radicales que le rindió homenaje. "'Fue un gran ciudadano, cuya honradez y austeridad pueden constituir un ejemplo" Palabras formales, pero justas.
El jueves 6 de julio el ataúd sería trasladado a la Recoleta. A las dos de la tarde el coche fúnebre y los carros ceremoniales estacionaron frente a la casa de calle Sarmiento. Un escuadrón del regimiento de Granaderos se hizo presente, pero la animosidad del público contra todo lo que provenga del gobierno era muy alta. Finalmente se retiraron.
El ataúd salió a la calle. Estaban a punto de subirlo a la carroza, pero el clamor de la multitud lo impidió: "A pulso, a pulso, a pulso..." gritaron. Los hombres querían honrar a don Hipólito llevándolo con sus brazos. El traslado desde la casa hasta Recoleta duró más de cuatro horas. Lo acompañaron más de 200.000 personas. Nunca antes Buenos Aires había visto una multitud semejante. Allí estaban todos. Los dirigentes, los punteros, los caudillos, los compadritos de las orillas, los vecinos de Buenos Aires que tres años antes salieron a la calle pidiendo su derrocamiento.
El gobierno nacional anuncia que sancionará a los empleados públicos que no trabajen ese día. La ausencia en las oficinas será altísima. Dos empleados se columpian de un farol. Son jóvenes y sonríen con insolencia. Uno de ellos le dice a los periodistas: "'Mirá viejo...y ustedes decían que lo queríamos por interés, por los puestos públicos..."
Nadie quiere estar ausente. El amor, la culpa, el respeto iluminan el rostro de esos hombres y mujeres que acompañan al caudillo en su último viaje. También la rabia. En las ventanas del Congreso un grupo de legisladores conservadores contempla el paso del cortejo. Desde la calle les gritan que se descubran. Uno de ellos lo hace, pero los otros ajustan más sus sombreros. Los silbidos son ensordecedores. Luego vienen las piedras.
Como a las siete de la tarde llegaron a la Recoleta. Las crónicas dirán que hubo más de diez heridos y el número de desmayos superó el centenar. El ataúd fue depositado en el Panteón de los Revolucionarios del Noventa. La plana mayor del radicalismo lo despidió. Hablaron Pueyrredón, Noel, Antille, Santander y Sabattini. Oyhanarte había regresado del exilio para estar presente. Sabía que a la salida del cementerio lo esperaba la cárcel, pero no quiso faltar a la cita. Alvear se descubrió y habló. Era el heredero del radicalismo. Yrigoyen les había pedido a sus correligionarios que lo sigan. "'No puedo callar la emoción, la profunda melancolía personal al ver partir al amigo que aprendí a querer y admirar durante cuarenta años" dijo. Ricardo Rojas ha improvisado una oración: "'Sus enemigos han estado años mordiéndolo con saña y aún no saben que mordieron bronce", concluye.
Rogelio Alaniz
http://www.ellitoral.com
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Una delegación de la juventud radical se hizo presente para pedirle a los dirigentes que el velorio se haga en Plaza de Mayo. No la escucharon. La conducción del radicalismo se había reunido en un comité del centro y ha organizado los detalles de la ceremonia fúnebre. Yrigoyen sería velado en su casa durante tres días. Delegaciones de todo el país llegaron a Buenos Aires. Desde Córdoba, el estanciero Barón Biza alquiló un tren para que los correligionarios viajen a la capital. El tren saldría envuelto en banderas radicales. A los costados de la locomotora se distinguía un retrato de don Hipólito y un escudo de la UCR.
El gobierno de Justo insiste en ningunear al jefe del radicalismo. No hay feriado y tampoco reconocimientos a la investidura. El diario La Prensa habló de la muerte del ex comisario de Balvanera. Ni una palabra sobre el presidente. Alfredo Palacios fue uno de los pocos políticos no radicales que le rindió homenaje. "'Fue un gran ciudadano, cuya honradez y austeridad pueden constituir un ejemplo" Palabras formales, pero justas.
El jueves 6 de julio el ataúd sería trasladado a la Recoleta. A las dos de la tarde el coche fúnebre y los carros ceremoniales estacionaron frente a la casa de calle Sarmiento. Un escuadrón del regimiento de Granaderos se hizo presente, pero la animosidad del público contra todo lo que provenga del gobierno era muy alta. Finalmente se retiraron.
El ataúd salió a la calle. Estaban a punto de subirlo a la carroza, pero el clamor de la multitud lo impidió: "A pulso, a pulso, a pulso..." gritaron. Los hombres querían honrar a don Hipólito llevándolo con sus brazos. El traslado desde la casa hasta Recoleta duró más de cuatro horas. Lo acompañaron más de 200.000 personas. Nunca antes Buenos Aires había visto una multitud semejante. Allí estaban todos. Los dirigentes, los punteros, los caudillos, los compadritos de las orillas, los vecinos de Buenos Aires que tres años antes salieron a la calle pidiendo su derrocamiento.
El gobierno nacional anuncia que sancionará a los empleados públicos que no trabajen ese día. La ausencia en las oficinas será altísima. Dos empleados se columpian de un farol. Son jóvenes y sonríen con insolencia. Uno de ellos le dice a los periodistas: "'Mirá viejo...y ustedes decían que lo queríamos por interés, por los puestos públicos..."
Nadie quiere estar ausente. El amor, la culpa, el respeto iluminan el rostro de esos hombres y mujeres que acompañan al caudillo en su último viaje. También la rabia. En las ventanas del Congreso un grupo de legisladores conservadores contempla el paso del cortejo. Desde la calle les gritan que se descubran. Uno de ellos lo hace, pero los otros ajustan más sus sombreros. Los silbidos son ensordecedores. Luego vienen las piedras.
Como a las siete de la tarde llegaron a la Recoleta. Las crónicas dirán que hubo más de diez heridos y el número de desmayos superó el centenar. El ataúd fue depositado en el Panteón de los Revolucionarios del Noventa. La plana mayor del radicalismo lo despidió. Hablaron Pueyrredón, Noel, Antille, Santander y Sabattini. Oyhanarte había regresado del exilio para estar presente. Sabía que a la salida del cementerio lo esperaba la cárcel, pero no quiso faltar a la cita. Alvear se descubrió y habló. Era el heredero del radicalismo. Yrigoyen les había pedido a sus correligionarios que lo sigan. "'No puedo callar la emoción, la profunda melancolía personal al ver partir al amigo que aprendí a querer y admirar durante cuarenta años" dijo. Ricardo Rojas ha improvisado una oración: "'Sus enemigos han estado años mordiéndolo con saña y aún no saben que mordieron bronce", concluye.
Rogelio Alaniz
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