Durante el transcurso del verano del año 1956 el país se vio conmocionado por la expansión y la virulencia de la Poliomielitis, enfermedad infecciosa altamente contagiosa también conocida como Parálisis Infantil. La misma se extendía a lo largo de todo el país a excepción de algunas provincias como Santa Cruz y el por entonces Territorio Nacional de Tierra del Fuego, afectando alrededor de 6.000 niños con severo compromiso motriz y respiratorio. Los titulares de los periódicos reflejaban, de modo dramático, la urgencia de combatir la polio y asistir a los afectados. El recuerdo que queda de aquella época aún perdura en la memoria de quienes vieron casi con impotencia el horror del avance de la enfermedad.
Al momento en que esta circular era emitida el país vivía el pico del brote epidémico, por tal motivo resultaba imprescindible recaudar fondos a través de todos los medios posibles para sostener la lucha preventiva contra la enfermedad y principalmente establecer una asistencia adecuada a aquellos que fueron afectados.
La polio había tenido un brote bastante importante en nuestro país en el año 1943, pero nunca había alcanzado el nivel de mortalidad y afección discapacitante alcanzado en el ‘56.
Lo más espantoso de la enfermedad fue que afectó principalmente a la población comprendida ente 1 y 15 años. Una de sus características era que en los niños más pequeños cursaba con menos consecuencias, como es en el caso de los bebés, donde prácticamente no registraba síntomas a la vez que los inmunizaba contra la misma. No obstante las graves secuelas se presentaron en los niños de edad más avanzada. La sintomatología se desarrollaba de modo inespecífico (fiebre, diarreas, disneas), siendo su afección principal la parálisis y su consecuente discapacidad.
Afectó a todas las capas sociales pero principalmente a las clases media y alta. Al intentar investigar las causas sobre esta forma particular de distribución de la enfermedad, se llegó a la conclusión que las clases bajas efectivamente se contagiaban de poliomielitis pero a edades muy prematuras, dándose consecuentemente su inmunización. Las clases media y alta por el contrario no tenía en general situaciones de contacto con la enfermedad sino hasta edades avanzadas por lo cual su efecto fue mucho más virulento.
Las medidas establecidas en el país para la lucha contra la polio se centraron principalmente en atacar los focos de infección. En tal sentido se desarrollaron febriles tareas de higiene urbana y saneamiento, tareas que implicaban la erradicación de terrenos baldíos, blanqueo de los frentes y troncos de los árboles. Por su parte la población adoptó métodos “caseros” para evitar el contagio, de modo que era común ver a los niños con bolsitas de alcanfor en sus ropas.
Para combatirla también se contó con ayuda internacional, especialmente por parte de especialistas estadounidenses y europeos. La necesidad de contar con elementos terapéuticos y de rehabilitación implicó el desarrollo de áreas específicas para dicha tarea como el Servicio Nacional de Rehabilitación. En tal sentido el avance de la epidemia implicó una reestructuración de los sistemas de salud.
En la Circular Interna N° 544 se solicita la contribución del personal para adquirir un pulmotor, elemento vital para sostener la vida de aquellos que habían sufrido de afección respiratoria.
En una primera etapa se contó con el envío de pulmotores desde el exterior ante la demanda surgida por el aumento de casos graves, posteriormente se fabricaron en el país.
La invención de los pulmotores en el año 1928 por Philip Drinker y Louis Shaw fue una medida esencial para mantener con vida a aquellos que se vieron severamente afectados en su sistema respiratorio, pero la solución del mal no apareció hasta la casi milagrosa intervención de dos brillantes científicos que desarrollarían las vacunas que lograrían controlar la poliomielitis. Nos referimos a los doctores Jonas Salk y Albert B. Sabin. A partir de sus descubrimientos y los planes de vacunación que se iniciaron con posterioridad, la enfermedad fue cediendo lentamente. El objetivo final fue su erradicación a nivel mundial, objetivo en el que se ha avanzado pero no concluido.
En Argentina la poliomielitis siguió registrando casos, como el brote ocurrido en el ’61, localizándose posteriormente algunos casos en la década del ’70 y principios del ’80. En mayo de 1984 se registró el último caso de poliomielitis por lo cual a partir de ese año se consideró erradicada del territorio nacional.
Otros países hoy no corren la misma suerte; para el año 2004 se registra con mucha preocupación el avance epidémico de este mal en el Continente Africano, especialmente en países como Sudán, Nigeria, Camerún, Ghana y Costa de Marfil entre otros.
El desafío de la erradicación mundial de la poliomielitis no es ya un problema técnico, pues las dosis pueden ser distribuidas con cierta eficiencia. El verdadero obstáculo y principal enemigo en la lucha contra la polio es la guerra, la que bloquea las intervenciones humanitarias y las campañas de vacunación.
http://www.bcra.gov.ar/
Al momento en que esta circular era emitida el país vivía el pico del brote epidémico, por tal motivo resultaba imprescindible recaudar fondos a través de todos los medios posibles para sostener la lucha preventiva contra la enfermedad y principalmente establecer una asistencia adecuada a aquellos que fueron afectados.
La polio había tenido un brote bastante importante en nuestro país en el año 1943, pero nunca había alcanzado el nivel de mortalidad y afección discapacitante alcanzado en el ‘56.
Lo más espantoso de la enfermedad fue que afectó principalmente a la población comprendida ente 1 y 15 años. Una de sus características era que en los niños más pequeños cursaba con menos consecuencias, como es en el caso de los bebés, donde prácticamente no registraba síntomas a la vez que los inmunizaba contra la misma. No obstante las graves secuelas se presentaron en los niños de edad más avanzada. La sintomatología se desarrollaba de modo inespecífico (fiebre, diarreas, disneas), siendo su afección principal la parálisis y su consecuente discapacidad.
Afectó a todas las capas sociales pero principalmente a las clases media y alta. Al intentar investigar las causas sobre esta forma particular de distribución de la enfermedad, se llegó a la conclusión que las clases bajas efectivamente se contagiaban de poliomielitis pero a edades muy prematuras, dándose consecuentemente su inmunización. Las clases media y alta por el contrario no tenía en general situaciones de contacto con la enfermedad sino hasta edades avanzadas por lo cual su efecto fue mucho más virulento.
Las medidas establecidas en el país para la lucha contra la polio se centraron principalmente en atacar los focos de infección. En tal sentido se desarrollaron febriles tareas de higiene urbana y saneamiento, tareas que implicaban la erradicación de terrenos baldíos, blanqueo de los frentes y troncos de los árboles. Por su parte la población adoptó métodos “caseros” para evitar el contagio, de modo que era común ver a los niños con bolsitas de alcanfor en sus ropas.
Para combatirla también se contó con ayuda internacional, especialmente por parte de especialistas estadounidenses y europeos. La necesidad de contar con elementos terapéuticos y de rehabilitación implicó el desarrollo de áreas específicas para dicha tarea como el Servicio Nacional de Rehabilitación. En tal sentido el avance de la epidemia implicó una reestructuración de los sistemas de salud.
En la Circular Interna N° 544 se solicita la contribución del personal para adquirir un pulmotor, elemento vital para sostener la vida de aquellos que habían sufrido de afección respiratoria.
En una primera etapa se contó con el envío de pulmotores desde el exterior ante la demanda surgida por el aumento de casos graves, posteriormente se fabricaron en el país.
La invención de los pulmotores en el año 1928 por Philip Drinker y Louis Shaw fue una medida esencial para mantener con vida a aquellos que se vieron severamente afectados en su sistema respiratorio, pero la solución del mal no apareció hasta la casi milagrosa intervención de dos brillantes científicos que desarrollarían las vacunas que lograrían controlar la poliomielitis. Nos referimos a los doctores Jonas Salk y Albert B. Sabin. A partir de sus descubrimientos y los planes de vacunación que se iniciaron con posterioridad, la enfermedad fue cediendo lentamente. El objetivo final fue su erradicación a nivel mundial, objetivo en el que se ha avanzado pero no concluido.
En Argentina la poliomielitis siguió registrando casos, como el brote ocurrido en el ’61, localizándose posteriormente algunos casos en la década del ’70 y principios del ’80. En mayo de 1984 se registró el último caso de poliomielitis por lo cual a partir de ese año se consideró erradicada del territorio nacional.
Otros países hoy no corren la misma suerte; para el año 2004 se registra con mucha preocupación el avance epidémico de este mal en el Continente Africano, especialmente en países como Sudán, Nigeria, Camerún, Ghana y Costa de Marfil entre otros.
El desafío de la erradicación mundial de la poliomielitis no es ya un problema técnico, pues las dosis pueden ser distribuidas con cierta eficiencia. El verdadero obstáculo y principal enemigo en la lucha contra la polio es la guerra, la que bloquea las intervenciones humanitarias y las campañas de vacunación.
http://www.bcra.gov.ar/
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