martes, 28 de abril de 2009

"Escritos y Cartas" de Alfredo Palacios - Parte 3




última parte.....

Por otra parte en tiempo de Constantino, según Drapp, dos causas concurrieron a la corrupción del cristianismo, primero las necesidades políticas de la nueva dinastía y segundo, la política adoptada por la nueva religión para asegurar su desarrollo. Constantino, príncipe hábil, competidor de la púrpura dejada por Doclesiano se dio cuenta exacta de que el partido cristiano ya poderoso podía ayudarlo considerablemente en sus pretensiones y le tendió la mano. De ahí el desmoronamiento; declarado el cristianismo religión de estado, menester fue se acercara a los poderosos, que transigieran con todos los abusos, que admitiera las explotaciones,- y así la sublime doctrina del hombre que llamaba a los pobres para luchar contra los ricos, se convirtió en instrumento de dominación y de gobierno esgrimido por los poderosos. Desde entonces la Iglesia, que desnaturalizó los preceptos de Jesús, es la eterna aliada de los príncipes y la enemiga eterna de los pueblos.

Pero cuando la Iglesia dice que se reconcilia con la Democracia y resuelve la cuestión social ¿no será que abandona para siempre sus ideas funestas para incorporarse en las filas del progreso que marcha sin cesar hacia delante?.- ¿No será que desee volver al cristianismo primitivo, purificarse en la fuente y saludar a las conquistas de la ciencia?.- ¡Oh no!. Ya es tarde. Sería menester marchar muy deprisa y la Iglesia tiene pocas energías, como que es ya semi cadáver. El 28 de diciembre de 1878, León XIII dictó la Encíclica "Quod Apostolici numeris" tendiente a prevenir los avances del socialismo que saliendo de la esfera del sentimentalismo se presentaba basado sobre principios científicos inconmovibles.

Posteriormente, el 15 de Mayo de 1891 dio a luz la conocida Encíclica: "De Rerum Novarum", donde aconseja la acción tendiente a favorecer la clase proletaria y al movimiento que se produjo con ese objeto se le llamó algunas veces socialismo cristiano, otras acción popular cristiana, pero casi siempre democracia cristiana. Algunos católicos ilustrados ansiosos de que se lanzara esa palabra democracia que parecía sancionar el retorno al cristianismo puro, se agruparon, concentraron fuerzas y trataron de que su acción fuera punto de partida de reivindicaciones populares. No se dieron cuenta esos católicos de que la palabra democracia solo podía haber sido pronunciada por la Iglesia con el objeto de mistificar, pues ella es la negación, como lo hemos probado, de todo gobierno del pueblo por el pueblo mismo. León XIII temeroso del giro que tomaban las cosas, quizás lamentando haber ido demasiado lejos y acordándose probablemente del Syllabus y de la encíclica de su antecesor, el 18 de enero de 1901 dictó la célebre carta encíclica denominada "Democracia Cristiana", donde empleando toda clase de sofismos da a la palabra democracia una acepción que no le corresponde por su etimología, ni es la que acepta generalmente.

Dice que democracia cristiana no debe tomarse en el sentido político y que por lo tanto no implica el gobierno del pueblo (Democracia viene de demos: pueblo y cratos : gobierno) sino exclusivamente: benéfica institución a favor de las clases populares. He ahí palpitante la mistificación. La Iglesia pretendiendo abrazar a la democracia pero, dejando subsistentes todos los códigos de injusticias; y luego cuando se le hace notar la incompatibilidad entre el despotismo, que es ella y la libertad, que es la democracia, desnaturalizando principios y declarando que la democracia cristiana no es realmente democracia. Harto lo sabíamos. La Iglesia no puede hermanarse con el pueblo porque es la aliada de las clases que viven del privilegio y estos son los eternos enemigos del pueblo. Pero la prueba más evidente de la mistificación de la Iglesia está en la circular pasada el año pasado por el Cardenal Rampolla a los obispos, donde prohibe terminantemente las polémicas y controversias sobre democracia cristiana.

Tienen miedo y con razón. Tácito ha dicho que la verdad se extiende a medida que se le profundiza, y la mentira en cambio se espuma a través de las nubes y se pierde. Ha llegado el momento de decir al hombre que se cree representante de dios sobre la tierra, lo que pensó sin atreverse a decirlo, Pedro Froment, aquel admirable sacerdote creado por el genio de Zola que tanto ansiaba el retorno de la Iglesia al cristianismo primitivo: " ¿No podéis abandonar el trono y marcharos por los caminos con los humildes y con los pobres? -¡Pues bien!- todo está concluido con Vos, con vuestro vaticano y vuestro san Pedro. Todo se bambolea bajo el asalto del pueblo que sufre y de la ciencia que se engrandece. Aquí no hay más que escombros." A. L. PALACIOS


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