domingo, 26 de abril de 2009

"Escritos y Cartas" de Alfredo Palacios - Parte 1


La iglesia, eterna aliada de los déspotas y por ende enemiga eterna de los pueblos a los cuales había mantenido siempre sometidos bajo su formidable autoridad, advierte en los instantes de su agonía que su muerte será la consecuencia lógica y fatal del asalto del pueblo que llega altivo proclamando su soberanía, sancionada ya por la ciencia, y entonces quiere transigir, - pero el despotismo y la libertad, las tinieblas y la luz no pueden abrazarse sino para destruirse e Iglesia y pueblo altivo que proclama derechos es lo mismo que despotismo y libertad, tinieblas y luz. I No es posible mirar sino como la resultante de su decrepitud, las declaraciones de la Iglesia que pretende reconciliarse con la Democracia, cuando ella observa una organización que implica una monarquía absoluta y cuando todas sus manifestaciones están basadas en esa forma de gobierno que ya pertenece al pasado.

La Iglesia ha sancionado con sus acciones que la más perfecta de las formas de gobierno es la monarquía, pues está más de acuerdo que las otras con el gobierno de dios y de la Iglesia misma. Esta es una verdadera sociedad a cuyo frente se encuentra un hombre que se dice infalible, sin parar mientes en que tal declaración entraña un insulto grosero a los principios científicos. En ese hombre que se cree infalible y por lo tanto omnisciente, reside la soberanía que por el hecho de ser emanada de Dios es superior a todas las demás soberanías que le están subordinadas. Sin Papa, ha dicho de Maistre, no hay soberanía. El gobierno de la Iglesia, como vemos, se caracteriza por una centralización completa y absoluta; tiene a su frente un autócrata en quien reside toda la soberanía, encargada de guiar a los pueblos como rebaño, pues se cree con derecho al gobierno espiritual y temporal del mundo. Esta pretensión absurda del Sumo Pontífice es la demostración palmaria de que las doctrinas que preconiza son perfectamente opuestas a la democracia o sea el gobierno de todos.

La soberanía de que se cree revestido el jefe de la Iglesia es la negación de las soberanías populares. Pero, ampliemos más la demostración del conflicto que existe entre la iglesia y la Democracia a objeto de que no sea posible la mas leve hesitación. De acuerdo con las constituciones basadas en principios democráticos el pueblo delega en el gobierno que de él emana en virtud de la elección, una parte de los derechos que constituyen su soberanía, pero es claro que se reserva aquellos que le son inherentes, que forman parte integrante de la personalidad humana y por ende son imprescriptibles e inalienables. Esos derechos legislados por nuestra carta fundamental de una manera expresa, tienen sus antecedentes en Inglaterra donde se dicta la carta magna que encierra una declaración de derechos arrancada al Monarca por los representantes del pueblo, y en Francia donde entre el estruendo de una sociedad que se derrumba; aparece la declaración de los derechos del Hombre, como consecuencia lógica y necesaria de la revolución en las ideas producida por los filósofos.

Esos derechos que existían desde el momento que son parte de nosotros mismos, pero que eran violados descaradamente por los Monarcas, esos derechos que se inscribieron en las Cartas fundamentales después de luchas cruentas en que se derramó a torrentes la sangre del pueblo, eterna víctima inocente; esos derechos que constituyen la esencia de la democracia y cuyo reconocimiento fue arrancado palmo a palmo; esos derechos, digo, son los que merecen el anatema de la Iglesia, de esa Iglesia, que mistificando, aún en los estertores de la agonía, con ansia de salvarse del derrumbe que le amenaza y está próximo, extiende sus ya débiles brazos para acercarse a la democracia. El Papa Pío IX que creía indiscutible la supremacía de Roma para intervenir en el gobierno de los demás países cuyos poderes temporales estaban subordinados a la autoridad papal; - en 1864 creyó que era llegado el momento de vigorizar la acción para impedir ciertas valladares que la ciencia en su marcha majestuosa y constante oponía al absolutismo de la Iglesia. Y entonces fue cuando dictó la Encíclica y el Syllabus, de triste recordación, documentos que se conservarán eternamente para oprobio de los enemigos de la ciencia y de los pueblos a quienes no se les quería reconocer sus derechos que eran fulminados con el anatema. En la Encíclica y el Syllabus, obras del infalible que ahí están para vergüenza de la Iglesia, se pone de manifiesto que esta es la negación de la Democracia.

Continua.....

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