El 19 de enero de
1851 moría en Montevideo, Uruguay, Esteban Echeverría. Fue precursor del
romanticismo rioplatense, autor de El Matadero y La cautiva.
Fundó la Asociación de mayo, que congregó a intelectuales proscritos por el
régimen rosista. Fue una de las principales figuras de la generación del ’37.
Redactó en parte el Dogma Socialista. A continuación transcribimos un
texto de Juan Bautista Alberdi sobre Esteban Echeverría publicado en Chile en
ocasión de su muerte.
Fuente: Alberto
Palcos, Esteban Echeverría, los
ideales de Mayo y la tiranía, colección “Grandes escritores argentinos”, Buenos
Aires, W. M. Jackson, Inc. Editores, sin año. Págs. 9 y 10.
Las letras
americanas a causa de las ideas en esta parte del continente, tan comprometidas
por los escándalos continuos de su vida pública, acaban de tener una pérdida
grave en la persona de don Esteban Echeverría, muerto en Montevideo, en el
último enero, a la mitad de una vida de probidad, de sufrimiento, de triunfos
literarios.
La tiranía de
Buenos Aires, su país nativo, es causa de que sus restos descansen en sepulcro
extranjero, como Varela, Indarte, y tantos otros. No hay protesta más
honorífica para el partido liberal de aquel país que la que forman sus
numerosas tumbas esparcidas en casi todos los cementerios de América.
En la temprana
muerte de Echeverría, se han malogrado un hombre y un talento. Su corazón era
tan puro y elevado, como brillante las facultades de su inteligencia;
asociación rara de cualidades en nuestra América tan fecunda en talentos, como
estéril en caracteres.
Como talento, su
pérdida interesa a todos los países que hablan español. Más feliz que Olmedo,
el cantor de Bolívar, más digno de serlo que Heredia, superior a todos los
poetas de su país, él consiguió acogida honrosa y brillante renombre tanto en
América como en España. Sus obras han sido objeto de especulación para editores
de la Península, que las han reimpreso allí con éxito, no obstante la adhesión
del poeta americano a la causa liberal de este continente. En América se han
hecho también varias ediciones de sus trabajos en verso, que forman volúmenes,
sin embargo, de estar inéditos la mayor parte.
Echeverría había
recibido una educación distinguida, que bien resalta en sus obras sanas de
fondos y elegantes de forma. Aunque conocido como poeta principalmente,
escribía prosa con fuerza y elegancia, y sus conocimientos como publicista eran
de una extensión considerable.
Él se educó en
Francia. Favorecido de la fortuna, rodeado de medios ventajosos de introducción
en el mundo, frecuentó los salones de Laffitte, bajo la restauración, y trató
allí a los más eminentes publicistas de esa época, como Benjamín Constant,
Manuel, Destut, de Tracy, etc.
Regresó a Buenos
Aires en 1830, dejando preparada la revolución de Julio, cuando en el Plata se
entronizaban los hombres retrógrados que han gobernado hasta hoy.
Echeverría fue el
portador, en esa parte de América del excelente espíritu y de las ideas liberales
desarrolladas en todo orden por la revolución francesa de 1830. Como la de 89,
cuyos resultados habían favorecido y preparado el cambio argentino de 1810, la
insurrección de Julio ejerció en Buenos Aires un influjo que no se ha estudiado
ni comprendido aún en toda su realidad. Echeverría fue el órgano inmediato de
esa irrupción de las ideas reformadoras.
No hay hombre de
aquel país, en efecto, que con apariencia más modesta haya obrado mayores
resultados. Él ha influido como los filósofos desde el silencio de su gabinete,
sin aparecer en la escena práctica. Él adoctrinó la juventud, que más tarde
impulsó a la sociedad a los hechos, lanzándose ella la primera.
Todas las novedades
inteligentes ocurridas en el Plata, y en más de un país vecino, desde 1830,
tienen por principal agente y motor a Echeverría. Él cambió allí la poesía, que
hasta entonces había marchado bajo el yugo del sistema denominado vulgarmente
“clásico”; introdujo en ese arte las reformas que este siglo había traído en
Europa. Gutiérrez, Mármol, y cuantos jóvenes se han distinguido en el Plata
como poetas, son discípulos más o menos fieles de su escuela.
En otro orden más
serio, en el camino de las ideas políticas y filosóficas, no fue menos eficaz
su influjo. Él hizo conocer en Buenos Aires, la “Revista Enciclopédica”,
publicada por Carnot y Leroux, es decir, el espíritu social de la revolución de
julio. En sus manos conocimos, primero que en otras, los libros y las ideas
liberales de Lerminier, filósofo a la moda en Francia, en esa época, y los
filósofos y publicistas doctrinarios de la Restauración.
Él promovió la
asociación de la juventud más ilustrada en Buenos Aires; difundió en ella la
nueva doctrina, la exaltó y la dispuso a la propaganda sistemaza, que más tarde
trajo o impulsó enérgicamente la agitación política, que ha ocupado por diez
años la vida de la república argentina. Es raro el joven escritor de aquel país
de los que han llamado la atención en la última época, que no le sea deudor de
sus tendencias e ideas en mucha parte, por más que muchos de ellos lo ignoren.
A este espíritu de
asociación y a las ideas adoptadas como palabras y principios de orden, ha dado
Echeverría el título de dogma socialista, en la última edición del código
o digesto de principios que la juventud argentina discutió y adoptó en 1836.
Ese trabajo, de que fue redactor Echeverría, muestra lo adelantado de la
juventud de Buenos Aires, en ese tiempo, gracias a sus esfuerzos propios, pues
la revolución francesa de febrero no ha dado a luz una sola idea liberal que no
estuviese propagad en la juventud de Buenos Aires, desde diez años atrás.
El socialismo
originado por ese movimiento, ha hecho incurrir en el error de suponer idéntico
a ese loco sistema, el formulado en Buenos Aires por el escritor americano de que
nos ocupamos. Hay un abismo de diferencia entre ambos, y sólo tienen de común
el nombre, nombre que no han inventado los socialistas o demagogos franceses,
pues, la sociedad y el socialismo tales cuales existen de largo tiempo,
expresan hechos inevitables reconocidos y sancionados universalmente como
buenos. Todos los hombres de bien han sido y son socialistas al modo que lo era
Echeverría y la juventud de su tiempo. Su sistema no es el de la exageración;
jamás ambicionó mudar desde la base la sociedad existente. Su sociedad es la
misma que hoy conocemos, despojada de los abusos y defectos que ningún hombre
de bien autoriza.
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