domingo, 3 de abril de 2022

Esteban Echeverría, por Juan Bautista Alberdi - Parte 1


El 19 de enero de 1851 moría en Montevideo, Uruguay, Esteban Echeverría. Fue precursor del romanticismo rioplatense, autor de El Matadero y La cautiva. Fundó la Asociación de mayo, que congregó a intelectuales proscritos por el régimen rosista. Fue una de las principales figuras de la generación del ’37. Redactó en parte el Dogma Socialista. A continuación transcribimos un texto de Juan Bautista Alberdi sobre Esteban Echeverría publicado en Chile en ocasión de su muerte.

Fuente: Alberto Palcos, Esteban Echeverría, los ideales de Mayo y la tiranía, colección “Grandes escritores argentinos”, Buenos Aires, W. M. Jackson, Inc. Editores, sin año. Págs. 9 y 10.

Esteban Echeverría
Noticias de este poeta americano, muerto recientemente en Montevideo, Valparaíso, mayo de 1851.

Las letras americanas a causa de las ideas en esta parte del continente, tan comprometidas por los escándalos continuos de su vida pública, acaban de tener una pérdida grave en la persona de don Esteban Echeverría, muerto en Montevideo, en el último enero, a la mitad de una vida de probidad, de sufrimiento, de triunfos literarios.

La tiranía de Buenos Aires, su país nativo, es causa de que sus restos descansen en sepulcro extranjero, como Varela, Indarte, y tantos otros. No hay protesta más honorífica para el partido liberal de aquel país que la que forman sus numerosas tumbas esparcidas en casi todos los cementerios de América.

En la temprana muerte de Echeverría, se han malogrado un hombre y un talento. Su corazón era tan puro y elevado, como brillante las facultades de su inteligencia; asociación rara de cualidades en nuestra América tan fecunda en talentos, como estéril en caracteres.

Como talento, su pérdida interesa a todos los países que hablan español. Más feliz que Olmedo, el cantor de Bolívar, más digno de serlo que Heredia, superior a todos los poetas de su país, él consiguió acogida honrosa y brillante renombre tanto en América como en España. Sus obras han sido objeto de especulación para editores de la Península, que las han reimpreso allí con éxito, no obstante la adhesión del poeta americano a la causa liberal de este continente. En América se han hecho también varias ediciones de sus trabajos en verso, que forman volúmenes, sin embargo, de estar inéditos la mayor parte.

Echeverría había recibido una educación distinguida, que bien resalta en sus obras sanas de fondos y elegantes de forma. Aunque conocido como poeta principalmente, escribía prosa con fuerza y elegancia, y sus conocimientos como publicista eran de una extensión considerable.

Él se educó en Francia. Favorecido de la fortuna, rodeado de medios ventajosos de introducción en el mundo, frecuentó los salones de Laffitte, bajo la restauración, y trató allí a los más eminentes publicistas de esa época, como Benjamín Constant, Manuel, Destut, de Tracy, etc.

Regresó a Buenos Aires en 1830, dejando preparada la revolución de Julio, cuando en el Plata se entronizaban los hombres retrógrados que han gobernado hasta hoy.

Echeverría fue el portador, en esa parte de América del excelente espíritu y de las ideas liberales desarrolladas en todo orden por la revolución francesa de 1830. Como la de 89, cuyos resultados habían favorecido y preparado el cambio argentino de 1810, la insurrección de Julio ejerció en Buenos Aires un influjo que no se ha estudiado ni comprendido aún en toda su realidad. Echeverría fue el órgano inmediato de esa irrupción de las ideas reformadoras.

No hay hombre de aquel país, en efecto, que con apariencia más modesta haya obrado mayores resultados. Él ha influido como los filósofos desde el silencio de su gabinete, sin aparecer en la escena práctica. Él adoctrinó la juventud, que más tarde impulsó a la sociedad a los hechos, lanzándose ella la primera.

Todas las novedades inteligentes ocurridas en el Plata, y en más de un país vecino, desde 1830, tienen por principal agente y motor a Echeverría. Él cambió allí la poesía, que hasta entonces había marchado bajo el yugo del sistema denominado vulgarmente “clásico”; introdujo en ese arte las reformas que este siglo había traído en Europa. Gutiérrez, Mármol, y cuantos jóvenes se han distinguido en el Plata como poetas, son discípulos más o menos fieles de su escuela.

En otro orden más serio, en el camino de las ideas políticas y filosóficas, no fue menos eficaz su influjo. Él hizo conocer en Buenos Aires, la “Revista Enciclopédica”, publicada por Carnot y Leroux, es decir, el espíritu social de la revolución de julio. En sus manos conocimos, primero que en otras, los libros y las ideas liberales de Lerminier, filósofo a la moda en Francia, en esa época, y los filósofos y publicistas doctrinarios de la Restauración.

Él promovió la asociación de la juventud más ilustrada en Buenos Aires; difundió en ella la nueva doctrina, la exaltó y la dispuso a la propaganda sistemaza, que más tarde trajo o impulsó enérgicamente la agitación política, que ha ocupado por diez años la vida de la república argentina. Es raro el joven escritor de aquel país de los que han llamado la atención en la última época, que no le sea deudor de sus tendencias e ideas en mucha parte, por más que muchos de ellos lo ignoren.

A este espíritu de asociación y a las ideas adoptadas como palabras y principios de orden, ha dado Echeverría el título de dogma socialista, en la última edición del código o digesto de principios que la juventud argentina discutió y adoptó en 1836. Ese trabajo, de que fue redactor Echeverría, muestra lo adelantado de la juventud de Buenos Aires, en ese tiempo, gracias a sus esfuerzos propios, pues la revolución francesa de febrero no ha dado a luz una sola idea liberal que no estuviese propagad en la juventud de Buenos Aires, desde diez años atrás.

El socialismo originado por ese movimiento, ha hecho incurrir en el error de suponer idéntico a ese loco sistema, el formulado en Buenos Aires por el escritor americano de que nos ocupamos. Hay un abismo de diferencia entre ambos, y sólo tienen de común el nombre, nombre que no han inventado los socialistas o demagogos franceses, pues, la sociedad y el socialismo tales cuales existen de largo tiempo, expresan hechos inevitables reconocidos y sancionados universalmente como buenos. Todos los hombres de bien han sido y son socialistas al modo que lo era Echeverría y la juventud de su tiempo. Su sistema no es el de la exageración; jamás ambicionó mudar desde la base la sociedad existente. Su sociedad es la misma que hoy conocemos, despojada de los abusos y defectos que ningún hombre de bien autoriza.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario